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lunes, 2 de mayo de 2011

Subida nocturna a un cerro de Valparaíso



Bar Cinzano, Valparaíso. Foto: Ángel M. Bermejo (c)



El Cinzano es un bar de Valparaíso que se encuentra justo donde empieza la subida a uno de los cerros. Tiene más de 100 años, y parece que durante décadas ha servido de etapa para los que buscaban los ánimos necesarios para enfrentarse a las cuestas. Los carteles de la decoración prometen “regias orquestas”, “ambiente familiar”, “comidas típicas” y, sobre todo, “los mejores tragos”.
El otro día la barra estaba llena de hombres que bebían cerveza y fumaban cigarrillos. Sonaban discos antiguos, sobre todo de boleros de sentimientos desencajados: reconocí la voz de Celio González, de Bienvenido Granda, de Daniel Santos y de Alberto BeltránLa crème de la crème. La música que pone el diablo en el infierno. Parecía una noche más en el Cinzano.
Terminé mi trago y emprendí la subida al cerro Alegre, dejando a la izquierda los cerros Panteón y Cárcel. Es de justicia reconocer la necesidad de animarse previamente en el Cinzano porque la cuesta se las trae. Normalmente hay taxis colectivos que suben el cerro, pero a esas horas de la noche no aparecía ninguno.



Valparaíso. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Todavía resonaban en mis oídos los ecos de los boleros cuando pasé junto a dos señores que charlaban en la noche empinada mientras tiritaban amarillas las luces de los barcos a lo lejos. Pesqué al pasar parte del diálogo:
-De los hermanos, éramos 18, y estamos quedando dos.
-Entonces ¡cuídese!
La calle se levantaba en cuestas vertiginosas y la acera se convirtió en una escalera. Un banco en una esquina resultó tentador. Me senté y de la ventana cercana e iluminada salían las notas del concierto de clarinete de Mozart. La música que tocan los ángeles en el cielo. La ventana iluminaba más que nunca.
Terminó el segundo movimiento y la voz del locutor de la radio me trajo de regreso a la noche. Continué la escalada y pasé por la calle San Enrique, donde vivió hace muchos años el poeta Gonzalo Rojas (hace 400 años, dijo él en un documental sobre su vida), cuyo cuerpo había sido velado ese mismo día en Santiago con todos los honores.




Casa que fue de Gonzalo Rojas. Valparaíso. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

En esa casa escribió “Oh voz, única voz: todo el hueco del mar, todo el hueco del mar no bastaría, todo el hueco del cielo, toda la cavidad de la hermosura no bastaría para contenerte, y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera, oh majestad, tú nunca cesarías de estar en todas partes...”. Se titula Al silencio, y está dentro del poemario Contra la muerte.
Contra la muerte lo invoqué, pero fue inútil. Llegué al hotel y entregué al silencio la banda sonora de la subida al cerro.