lunes, 22 de marzo de 2010

SOBRE IRLANDA


La semana pasada, debido sin duda a un error informático, recibí una invitación para celebrar la festividad de san Patricio, patrón de Irlanda, en la residencia del señor embajador en Madrid. La comida resultó excelente y la acogida, por parte de los anfitriones, muy calurosa. Allí, además de saludar a algunos colegas y sin embargo amigos, tuve ocasión de conocer a dos escritores nacidos en Dublín: Ian Gibson y Denis Rafter.

Esto no es una crónica social, sino una sutil maniobra que me ha llevado a relacionar dos temas que me interesan: Irlanda y la literatura.

Es bien sabido que este país ha ofrecido, en el siglo XX, una de las mayores y mejores densidades de escritores por metro cuadrado de Europa: Joyce, Beckett, Shaw, Yeats, Heaney, etc., etc.

Sin embargo...

Sin embargo, me pongo a pensar, y lo que más me ha gustado de la literatura irlandesa del siglo pasado (además de Dublineses de Joyce) es una colección de libros que compré en The islandman, un bar de Dingle.

Dingle es un pueblecito al fondo de una bahía, muy cerca del extremo de la península más occidental de Irlanda. Todavía puedes ir unos diez o doce kilómetros más por la costa hasta llegar hasta Slea Head, el final de todo. Casi el final. Allí, enfrente, se distingue la silueta de las islas Blasket. “La siguiente parroquia, América”, decían los emigrantes irlandeses cuando embarcaban hacia Estados Unidos y pasaban frente a estas islas. Allí estaba el último faro que verían en Europa.

Las Blasket son seis islas (realmente una y cinco islotes) donde durante unos siglos vivió una pequeña comunidad de pescadores en condiciones ciertamente precarias. Estas personas carecían de estudios y no habían hicieron otra cosa en su vida que trabajar duramente. Siempre a un paso de la hambruna y prácticamente incomunicados del mundo exterior varios meses al año por las malas condiciones de la mar. Pero perfectamente adaptados al medio a través de una cultura tradicional que resultó efectiva durante varias generaciones.

Allí no se hablaba una palabra de inglés. Sólo irlandés. Y probablemente el más puro, lo que hizo que varios antropólogos y lingüistas peregrinaran hasta las islas en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado para estudiar su lengua y sus modos de vida.

Estos investigadores animaron a varios de los isleños a escribir sus recuerdos, sus experiencias, sus reflexiones. Sabían que estaban frente a un mundo que se acercaba a su extinción.

En sus libros cuentan sus vidas en las islas. Casi ninguno se había alejado nunca más que unas decenas de kilómetros de ellas. Es decir, que no sabían casi nada del mundo exterior. Y no querían convencer a nadie de nada. No sabían lo que es el estilo literario. Sólo pretendían preservar el recuerdo de una forma de vida que se extinguía. Uno de ellos lo dice claramente: “no habrá nadie más que lleve nuestra vida”.

Contaron esas vidas con una precisión y una claridad admirable. Han pasado los años y su recuerdo pervive con toda nitidez gracias a sus relatos. En el bar de Dingle vendían algunos de estos libros traducidos al inglés. Empecé a ojear uno y me compré todos los que tenían: Twenty years a-growing, An old woman's reflections, Peig y The islandman. Éste último debía de ser el favorito del dueño del bar.

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