viernes, 27 de enero de 2012

Islas Marquesas, 2: una aventura inesperada.

Nuku Hiva, Islas Marquesas. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Un amanecer, en el puerto de Taiohae —la capital de las Marquesas—, un pescador limpiaba las escamas de unos peces de color rosa. Le miré con curiosidad y él me devolvió la mirada. Me preguntó si quería conocer la cascada de Vaipo, en Hakaui, la más alta de Nuku Hiva y de todas las Marquesas. Evidentemente, le dije que sí. 'Salimos dentro de una hora', respondió, y siguió limpiando el pescado.
En verdad que no hay nada como viajar con flexibilidad y estar dispuesto a coger al vuelo las oportunidades que te da la vida. Y allí estaba, un rato después, sin haberlo previsto, subido en una lancha abandonando la bahía de Taiohae. Pasamos entre les Sentinelles, “los Centinelas”, dos rocas puntiagudas que parecen guardar la entrada al puerto, y salimos a mar abierto. Luego bordeamos la costa hacia el oeste. El agua me salpicaba la cara y me sentía muy contento.

Nuku Hiva, Islas Marquesas. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Hacia estribor se levantaba una costa escarpada y, más allá de la primera bahía, justo a la salida de Taiohae y a la que se puede acceder por un camino, el resto del litoral es completamente inaccesible por tierra. Son poco más que barranqueras que se desploman desde lo alto de la montaña. Al cabo de una media hora entramos en otra bahía profunda, la de Hakatea. Igualmente está aislada del resto de la isla por unos precipicios infranqueables, pero aquí hay un valle profundo que penetra bastante hacia el interior de la isla. Un mundo completamente separado del resto de Nuku Hiva, que está a su vez separada del mundo.

Nuku Hiva, Islas Marquesas. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Dos radas aparecieron al fondo de esta bahía profunda. El resto son precipicios. Dos o tres veleros flotaban tranquilamente en estas aguas claras y protegidas. Saltamos a la playa, tomamos el macuto y emprendimos la caminata para adentrarnos en un valle bordeado por crestas tan altas y afiladas que está completamente incomunicado por tierra del resto de la isla. Pero incluso en este lugar apartado hay huellas de un pasado lejano y caminamos por una vereda pavimentada con grandes piedras, recuerdo de un pasado esplendor. Pasamos junto a varias plantaciones de guayabas, mangos, bananas y limas. Encontramos un río y lo seguimos en busca de sus fuentes. En un momento el camino se internaba en un bosque de hau, el llamado hibisco de playaque crece también en el interior, a considerable altitud. Cruzamos el río en un par de ocasiones, con el agua hasta las rodillas.

Nuku Hiva, Islas Marquesas. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
A cada paso que dábamos nos adentrábamos en un mundo más aislado, más remoto, más solitario. Poco a poco el ambiente se hacía más extraño y misterioso —sobre todo cuando dejamos atrás la zona de las plantaciones, trabajadas por los miembros de la única familia que vive en este valle— y parecía que entráramos en las Marquesas que pudieron ver los navegantes del siglo XIX.

Nuku Hiva, Islas Marquesas. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Atravesamos un extraño bosquete de kohe, el bambú polinesio, y poco más allá otro de ihi, el castaño de Tahití, de gruesos troncos centenarios. El lugar transmitía una sensación extraña, y me sentía verdaderamente muy lejos del mundo. No había horizonte, caminábamos por un estrecho desfiladero de paredes de más de 600 metros de altura, casi siempre cubiertas por una tupida vegetación. Mi guía me preguntó si quería ver un paepae. No sabía lo que era, pero le dije que sí. Nos desviamos del camino apenas marcado para culebrear entre unos ihi, y sólo se oía el ruido de nuestras pisadas sobre un lecho de hojas secas. Y allí la encontramos, una plataforma que en algún momento sirvió como base para un centro ritual. El centro ritual más remoto de una de las islas más remotas del planeta. En el bosque apenas penetraba la luz y la atmósfera era embriagante. No sé lo que sentirán los exploradores que encuentran los restos de una ciudad perdida pero, para las modestas expectativas de una excursión de un día, estar allí era algo fabuloso.

Nuku Hiva, Islas Marquesas. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Seguimos caminando y, a la vuelta de un recodo, distinguimos la parte superior de la cascada que buscábamos. Nos adentramos por un cañón estrecho y sinuoso, y avanzamos entre dos paredes rocosas verticales que sólo dejaban ver una franja de cielo. La vegetación, del verde más intenso, trepaba milagrosamente por las rocas de basalto puro. 

Nuku Hiva, Islas Marquesas. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Un rato después llegamos al final de un cañón sin salida. ¿Y la cascada? Había una poza de agua fresca a la que, completamente feliz, me lancé con la avidez del náufrago. La atravesé a nado, trepé por unas rocas y penetré en la parte final, la más estrecha del desfiladero, de apenas un par de metros de anchura y que es el lugar exacto por donde cae la cascada. Pero casi no llega agua. Después de 350 metros de caída, el agua se ha pulverizado y sólo había una neblina fina flotando entre los farallones.


P.D. Por razones de espacio, el relato de esta excursión por la parte occidental de Niku Hiva no pudo entrar en el artículo de la revista Altaïr, donde sí describo mi particular descubrimiento de la isla.

miércoles, 25 de enero de 2012

Islas Marquesas, 1: el sueño de viajar


Las islas Marquesas son el archipiélago más distante de un continente en todo el planeta. En medio del Pacífico, lejos de todo. No es de extrañar que ocupen un lugar destacado en los mitos viajeros.
Nadie se levanta un día y dice, de repente, 'me voy a las Marquesas'. Antes, siempre, ha habido muchos estímulos, muchos sueños alimentados por relatos, por narraciones de viajeros, por cuadros, por canciones, por películas... En este sentido, la lista de estímulos de las Marquesas es larga y muy sólida: Robert Louis Stevenson, Herman Melville, Paul Gauguin, Jack London, Jacques Brel, Victor Segalen...


Melville, que más tarde escribiría Moby Dick, fue el primero de los escritores occidentales que quedó deslumbrado por las Marquesas. Entonces trabajaba en un buque ballenero, y su llegada a Nuku Hiva y sus posteriores aventuras quedaron reflejadas en su libro Taipi, una narración de los Mares del Sur, que se convirtió en el banderín de enganche de todos los demás.
Nadie ha reflejado una arribada a puerto semejante, cuando su barco se adentró en la bahía de Taiohae y fue abordado por un grupo de jóvenes isleñas que llegaron a nado desde la orilla y dominaron la voluntad de los marinos. "El Dolly fue capturado y nunca vi un barco asaltado por una tan irresistible partida de piratas. Tomado el barco, nosotros no pudimos sino declararnos prisioneros y por todo el tiempo que estuvimos en la bahía el barco y la tripulación estuvo en manos de las sirenas”. Y continúa: “Las variadas danzas de las muchachas de las Marquesas son en extremo bellas, pero hay en su carácter un abandono voluptuoso que no intentaré describir” (traducción de J. Dóriga, publicada por Espasa-Calpe Argentina, 1950). Difícil resistirse al deseo de saltar al primer barco que salga con rumbo a las Marquesas. Y no es de extrañar que las islas de la Polinesia se convirtieran en la imagen del paraíso.


Yo me hubiera contentado con llegar a Nuku Hiva de manera más sobria, como Stevenson, a bordo de la Casco, una goleta de dos palos. Siempre soñé con encontrarme una madrugada en la bahía perfecta de Anahao, en el otro extremo de Nuku Hiva, y sentir lo que sintió al echar el ancla: "La goleta viró sobre sí misma, el áncora se sumergió. Débil fue el ruido, pero inmenso el acontecimiento; mi alma penetró, con esas amarras, hasta profundidades de las cuales ninguna cabria sabría extraerla, ningún buceador extraerla; a partir de aquel día, algunos de mis compañeros de a bordo y yo mismo nos convertimos en los esclavos de las islas Vivianas". Stevenson, evidentemente, nunca abandonó los Mares del Sur.
Unas páginas antes ya había hecho otra declaración de amor, de las que no se olvidan: "La primera impresión es siempre única. El primer amor, la primera aurora, el primer contacto con una isla de los mares del Sur son recuerdos aparte en nuestra vida y despiertan una especie de virginidad de los sentidos" (traducción de Agustín Esclasans, publicada por Ediciones B, 1999). Para Stevenson, su primera isla fue Nuku Hiva.
Altaïr acaba de publicar un monográfico sobre Tahití y las islas de la Polinesia Francesa, donde tengo el gusto de participar con un artículo sobre Nuku Hiva. Nada me gustaría más que este número entrara a formar parte de las obras que incitan a soñar con las lejanas islas de los Mares del Sur.

lunes, 23 de enero de 2012

Fitur, Ifema entera, será wifi

 En Fitur (la Feria Internacional de Turismo de España, que se celebra en Madrid en enero) se habla de muchas cosas. Entre otras, este año los expositores (países, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, cadenas hoteleras, compañías de transporte, touroperadores, empresas de comunicación, de servicios, de incentivos, etc.) y los visitantes profesionales (agentes de viaje, periodistas, publicistas, etc.) nos sorprendíamos de que en los tiempos que corren la feria no fuera territorio wifi.
Ojo: por territorio wifi yo no entiendo necesariamente “lugar donde te conectas a internet sin cables y gratis”. Es sabido que la palabra “gratis” causa grandes trastornos (normalmente transitorios) en la mente humana. En un hotel el agua caliente no es gratis sino que su coste es uno de los factores que el hotelero tiene en cuenta a la hora de establecer el precio de una habitación. Igualmente el wifi no es gratis en un hotel. Pero si hay hostales y hoteles modestos que ofrecen wifi al tiempo que cobran tarifas económicas a sus huéspedes es porque a día de hoy permitir la conexión wifi sin restricciones en un espacio determinado no es costoso.
Sin embargo, si un expositor quiere ofrecer conexión wifi en su stand de Fitur tiene que soltar un fajo de billetes considerable. Pocos lo hacen. Representantes del turismo de países ricos consideraron que el precio era inasumible.
Ayer domingo, día 22 de enero de 2012, en el programa Estamos de fin de semana de EsRadio, en el que colaboro todas las semanas con temas de viajes, entrevistamos a José María Álvarez del Manzano, presidente de la Junta Rectora de Ifema, y por supuesto la conversación giró en torno a Fitur. Mi pregunta fue evidente: ¿por qué Fitur, y por extensión Ifema, no es un espacio wifi?
Es evidente que sí hay wifi en Ifema, pero a un precio tan elevado que en términos efectivos es como si no hubiera. Además hay que tener en cuenta que los expositores pagan mucho dinero por cada metro cuadrado que utilizan, y que muchos visitantes pagan una entrada para acceder a la feria. Algunos de los que no pagamos entrada, como los que nos acreditamos como prensa, venimos a trabajar.
Tengo que decir que Álvarez del Manzano se mostró enormemente dispuesto a resolver este contratiempo que sólo sirve para impedir comunicaciones, contactos y, por tanto, negocios. Su opinión es que “hoy no podemos estar alejados de los medios informáticos y por tanto debería ser territorio wifi la totalidad de Ifema”. Y su compromiso: “Si no es así, mañana mismo estoy yo pidiendo explicaciones”.
Rápidamente se inició una conversación en Twitter y poco después @Fitur envió el siguiente mensaje “El tema wifi será trasladado a la organización de #FITUR”. Rápida reacción que es de agradecer. El problema no es realmente que no haya wifi, sino que esta conexión tiene un precio excesivo.
La entrevista entera y la charla posterior sobre algunos de los destinos que destacarán en 2012 puede oírse aquí. Los comentarios y compromisos de Álvarez del Manzano se pueden oír en los minutos 5'20'' y 13'50''.

lunes, 16 de enero de 2012

Blogtrips: me invitan, no me compran

Con cierta frecuencia leo y oigo frases del tipo: “los blogs son más fiables que las revistas” o “¿son fiables los blogs que aceptan invitaciones?”. En afirmaciones e interrogaciones de este tipo subyacen —firmemente ancladas en el subconsciente— varias ideas preconcebidas:
1ª- que te compran cuando te invitan a un viaje, a conocer una región, a tener una experiencia,
2ª- que todos actuamos de la misma manera y
3ª- que sólo el viajero que asume todos los gastos de un viaje puede escribir sin compromisos.
La realidad, como siempre, es muy compleja y está llena de matices.
Una gran cantidad de blogs que tratan de viajes son efectivamente el fruto de experiencias personales de viajeros particulares que viajan por su cuenta y comparten sus descubrimientos, peripecias y reflexiones, aportando además datos de dónde comieron y cuanto les costó, dónde durmieron y cuánto les costó, cómo se trasladaron de un lado a otro y cuánto les costó. Es razonable pensar que esos datos son correctos y sólo están condicionados por el grosor de la billetera del viajero. Al mismo tiempo, muchos de estos blogs terminan cuando acaba el viaje y el autor regresa a su casa, a su trabajo o a su paro.
Otros blogs, muchos de ellos con voluntad de perdurar en el tiempo —más allá de la duración de un viaje, por largo que éste sea—, reflejan ese mismo tipo de contenidos, obtenidos en viajes particulares pagados por el autor, más otros, fruto de viajes en los que han sido invitados, normalmente por la Oficina de Turismo del lugar o de cualquier departamento encargado de la promoción del turismo.
Surge entonces la pregunta clave: ¿te puedes fiar de alguien que escribe de un lugar al que ha ido invitado?
Mi respuesta es que depende: de algunos sí y de otros no.
A lo largo de los años he hecho muchos viajes en los que me lo he pagado absolutamente todo y otros en los que me han invitado absolutamente a todo y otros en los que la financiación ha estado en algún punto intermedio entre los dos extremos anteriores. Cuando se trata este tema mi respuesta es siempre la misma: reto a que me digan qué reportaje mío publicado en cualquier revista o qué post de este blog refleja un viaje financiado de una manera o de otra y que me demuestren que la diferencia se debe a que estaba condicionado por la invitación.
Por otra parte, muchos de los que sospechan de entrada de los blogs que reflejan experiencias de viajeros que han ido invitados a los sitios (así en general, metiendo a todos en el mismo saco) desean que la gente les cuente los secretos y los misterios de lo que han hallado en sus viajes, pero no están dispuestos a pagar ni un sólo céntimo por esa mina de información que ofrece cualquier blog medianamente consistente.
Algunos de los aspectos mencionados en estas líneas llevan a plantear el tema de la profesionalización de los blogs de viajes. De algunos, evidentemente, porque muchos otros no tienen ningún interés en ello: cuentan sus cosas cuando pueden y ya está.
Pero si queremos utilizar el formato blog para aprender de experiencias de los demás, encontrar datos de primera mano, sorprendernos con historias que no conocíamos, tener ideas para próximos viajes o simplemente pasar un rato viendo fotos o vídeos y leyendo textos atractivos, cuidados, con datos contrastados, que nos muestren cómo es el mundo, trabajados por personas con experiencia, que saben discernir y comparar, en algún momento deberemos pensar cómo se financia ese producto que nos están ofreciendo.
Estoy seguro de que hay muchas maneras diferentes de hacerlo. 

martes, 10 de enero de 2012

Fernando Benítez, el Kapuscinski mexicano


El escritor Carlos Fuentes ha reconocido que le apasionan tres autores de literatura de viajes: Bruce Chatwin, Peter Matthiessen y Fernando Benítez. No creo arriesgarme mucho si digo que los dos primeros son muy conocidos y apreciados por los aficionados a este tipo de literatura, pero que al tercero no lo conoce casi nadie.
Sin embargo, Fernando Benítez fue el Kapuściński mexicano: periodista, ensayista, escritor y viajero siempre atento a la vida de los otros.
Para él, el otro no estaba muy lejos de su casa: son los indios de México.
El inglés Chatwin escribió Colina negra —sobre los mineros galeses— después de hacerlo sobre la Patagonia, Australia y Benin, y el estadounidense Matthiessen siguió el espíritu de Crazy Horse después de perseguir al leopardo de las nieves en el Himalaya. Benítez, sin embargo, no se desplazó a continentes lejanos para hacer el gran viaje de buscar al otro que, como los otros dos escritores acabaron descubriendo, no tiene que andar perdido a miles de kilómetros. Para él, los indios de México forman parte de su propio país aunque sean tan ajenos a él. Y descubrió que no hay un solo México, sino muchos.


Benítez partió en su búsqueda, a pie, en mula, en avioneta. Se ganó la confianza de muchos y la desconfianza de otros. Algunos le contaron sus secretos. A veces viajaba durante meses, y reaparecía cubierto de polvo y con unas libretas llenas de apuntes que son un tesoro.
Su obra es una fascinante relación de aventuras y datos, de experiencias e informaciones que nos hacen ver el mundo de otra forma. Él mismo lo cuenta en Los indios de México: “...recorrí los vientos y polvaredas de marzo, las noches heladas, los ardientes mediodías, las auroras, los atardeceres, y reanudé mi relación con un cielo desvanecido de mi memoria”.


Los indios de México es una antología, en un sólo volumen, de una obra publicada en cinco tomos. También se han publicado de forma independiente algunos textos, los más famosos, como En la tierra mágica del peyote —en donde hace la primera descripción completa de los huicholes en busca del peyote: “es sobre ese lanzarse al abismo, sobre ese riesgo de volverse loco, que los huicholes han creado un inmenso ritual, un código de señales secretas...”— y Los hongos alucinantes, en donde narra sus experiencias guiado por María Sabina: “los chamanes representan el santoral del mundo salvaje ... María Sabina debe verse incluida en ese santoral. Cortadas las comunicaciones desde hace milenios, aislada en sus montañas … ella sigue construyendo escalas y levantando mapas místicos en que concurren las entidades cada vez más divorciadas del cielo, de la tierra y del mundo subterráneo de los muertos.


Otro libro fascinante es La ruta de Hernán Cortés, en el que Benítez recorre el itinerario seguido por el conquistador, ofrece una descripción del México actual (el de 1950, fecha de su publicación). Y, sobre todo, nos da una visión de la creación de este mundo nuevo, el México mestizo. Este proceso es algo único. El primer mestizo, dice Benítez, “es un ser tan extraño como un centauro”.
Hoy, 10 de enero, se cumplen cien años del nacimiento de Fernando Benítez en Ciudad de México.

lunes, 9 de enero de 2012

La Riviera Maya, en la portada de deViajes



 Siempre es bueno, para alguien como yo que lleva muchos años publicando reportajes en revistas y periódicos, empezar el año con una portada en los kioskos.
La revista deViajes publica en el número de enero un reportaje mío —texto y fotos, además de la portada— sobre la Riviera Maya, el gran destino turístico mexicano.
Tengo que reconocer que siempre había tenido una cierta prevención hacia la Riviera Maya, que consideraba un México falso, ajeno a la cultura y la vida del México real. He viajado por mi cuenta varias veces a México, y nunca había incluido este lugar entre mis destinos. Si siempre se dice que viajar te hace ver las cosas de una manera más amplia y con menos prejuicios, eso es lo que me pasó a mí. Viajé a la Riviera Maya con un objetivo profesional y me encontré con un lugar repleto de interés, con playas bellísimas, una naturaleza muy peculiar y apasionante. Tulum, al borde del Caribe, es una imagen mil veces vista en las fotos, pero es realmente hermoso. Y encontré a mucha gente apasionada por su trabajo. Éste último es un detalle que cada vez me interesa más, vaya donde vaya.
Éste es el número 153 de la revista deViajes. Puedo decir con orgullo que colaboro con esta revista desde el número 1, que es de las dos o tres que me obligan a trabajar con más profundidad los textos, que es prácticamente la única que me llama y me pide que haga un viaje para ellos. He hecho la cuenta y me sale que he publicado 70 reportajes —la mayoría texto y fotos— en estos 153 meses, con destinos que van desde Tenerife y el Expreso de La Robla a las Galápagos y los canales de la Patagonia, pasando por Estambul, Cachemira, Dubái, el Pantanal o las misiones de Chiquitos. Tengo unos cuantos más preparados para su publicación en los próximos meses.
La fotografía de la portada no es la mejor que he hecho en la vida, ni la que me ha costado más esfuerzo. Pero transmite una idea que es necesaria en el tema de los viajes y el turismo: es posible que quien la vea piense "yo quiero ser esa persona, yo quiero estar allí".
Poco después del viaje, realizado en marzo de 2011, publiqué algunas entradas en este blog. En ellas planteaba temas, comentarios e informaciones diferentes a los que se publican en las revistas. Éste es un tema sobre el que reflexiono frecuentemente, sobre si los contenidos de los blogs y las revistas deben ser diferentes o no. De momento, mientras una revista me pague por un tipo de contenidos, yo no puedo —creo que con toda lógica— adelantarlos en el blog.
¿Alguien tiene alguna idea que aportar al respecto de esta última reflexión?

jueves, 5 de enero de 2012

Bretaña, el golfo de Morbihan, 4: las islas de los megalitos

Ile des Moines, Morbihan. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
La búsqueda de los restos megalíticos de Morbihan, de la visión de lo milenario, me lleva también a las islas. Algunas están en medio del golfo —se dice que hay 365, una por cada día del año, y son la cima de antiguas colinas que se hundieron en el mar— y otras en el océano.
Hay barcos que recorren este “Pequeño Mar” en todas direcciones, pero me interesan fundamentalmente dos islas, la de los Monjes y la de Gavrinis. La de los Monjes —Île des Moines— es la más grande. Desembarco en Port du Lerio, alquilo una bicicleta y me pierdo por sus senderos flanqueados de mimosas, camelias e higueras. Al norte, en la punta de Trec’h, hay un calvario, uno de esos recargados cruceros bretones plagados de leyendas. Pero sigo hacia Kergonan, con sus 24 megalitos formando un círculo en un bosquete. Más al sur, los dólmenes de Pen Hap y de Nioul son otros recuerdos de un tiempo perdido.
Continúo el itinerario tras la pista de estas piedras cargadas de emoción y misterio en la isla de Gavrinis, con uno de los monumentos megalíticos más importantes de todo el mundo, un dolmen levantado hace más de 5.000 años. Hay que recorrer un corredor de 14 metros que lleva a una cámara pequeña pero deslumbrante. De repente se descubre que casi todos los pilares están decorados. Hay espirales, círculos, líneas sinuosas talladas penosamente sobre el granito. Lo más sorprendente es que la losa que cubre la cámara es un fragmento de una gran estela decorada. Las otras partes se encuentran, utilizadas igualmente de nuevo en otros monumentos, en la Table des Marchands y en el túmulo de Er Grah en Locmariaquer. Las figuras grabadas coinciden perfectamente. Ello significa que esta losa fue transportada más de cuatro kilómetros por un paso que ahora se encuentra sumergido en el golfo. Hace más de cinco milenios.

Costa de Quiberon, Morbihan. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Pero hay restos de esta historia perdida en el tiempo también en las islas más alejadas. Belle-Île-en-Mer es la más grande de todas y, como todo pedazo de esta tierra, está plagada de leyendas. Una dice que es un resto de la Atlántida. Para embarcarme recorro la península de Quiberon por su costa oeste, abierta al océano. Es un litoral batido por todos los vientos, de una belleza salvaje. Hay precipicios, playas anchas en bajamar, la pureza de un paisaje solitario.

Belle-Île, Morbihan. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Del puerto de Quiberon salen los barcos hacia Belle-Île. Una travesía corta que enfila hacia la entrada del puerto de Le Palais. A la derecha, una fortaleza diseñada por Vauban en el siglo XVII, a la izquierda, las casas de colores de la ciudad. Luego, toda la isla. Por Bangor busco los paisajes pintados por Claude Monet, cerca de los roquedales de Kervilahouen. De camino a Sauzon encuentro dos menhires, solitarios, surgiendo de la tierra como dos árboles de piedra. Luego llego a la punta de Poulains, habitada por el recuerdo de Sarah Bernhardt. Todo, la carretera, la isla, casi el mundo, termina en un faro sobre un peñasco que se adentra en el mar. Las olas baten contra el precipicio. Aquí, como en todo Morbihan, el paisaje tiene la misma presencia, eterna y cambiante, de la piedra y el agua. 

domingo, 1 de enero de 2012

Viento en las velas


Izando velas, algún lugar del mundo. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
La vida es un viaje, y cualquier día de nuestra vida es una singladura, ya sea en casa o en mares lejanos. En ocasiones nos parece que navegamos en medio de una tormenta por mares tenebrosos, pero muchas otras veces el Sol brilla sobre nuestro palo mayor y una suave brisa nos empuja hacia nuestro destino.
En este comienzo del año recuerdo lo que a todos nos dijo Constandinos Cavafis: no temamos a Lestrigones, a Cíclopes ni al airado Poseidón, porque no encontraremos tales seres en nuestra ruta si alto es nuestro pensamiento y limpia la emoción de nuestro cuerpo y nuestro espíritu. No los hallaremos si no los llevamos dentro de nuestra alma.
Y seguía: pidamos que nuestro camino sea largo, y que sean muchas las mañanas de verano en que con placer, felizmente, lleguemos a bahías nunca vistas; que gastemos en voluptuosos perfumes y aprendamos de los sabios.
Me queda poco que añadir en este momento. Sólo desear —a los que gustan de tomar de vez en cuando un trago de dryMartínez y a todos los demás— que no se nos acaben los sueños, que sigamos con ganas de alcanzar el horizonte, y que todos tengamos un buen viento en nuestras velas.

P.D. Para recordar a Cavafis he utilizado la versión de José María Álvarez publicada por Hiperión.