viernes, 14 de septiembre de 2012

11 cosas imprescindibles que hacer en Estambul

Puente de Gálata, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Estambul nunca se acaba. Tiene a su favor el emplazamiento, la historia, su arquitectura, sus millones de habitantes y ese qué sé yo del que sólo gozan un puñado de ciudades en todo el mundo. Paso a proponer 11 cosas imprescindibles que hacer durante una visita a Estambul. Doy por supuesto que todo lo típico del Gran Bazar, Topkapi, la Mezquita Azul, la Cisterna Subterránea, la Torre de Gálata, Dolmabahçe, el crucero por el Bósforo, el hamman, el narguile, los dulces, etc. se encuentra en el folleto que te dan en el hotel. Lo que cuento tampoco es nada especial ni misterioso ni desconocido, solamente son cosas estupendas.
1—Pasar unas cuantas horas en el Istanbul Modern. Si alguna vez has pensado que el arte turco consiste en hacer mezquitas y los azulejos que las adornan este museo es el sitio para cambiar de opinión. Su colección permanente de arte turco contemporáneo puede hacerte cambiar la imagen que tengas de este país. Sus exposiciones temporales están a la altura de cualquier gran espacio cultural mundial. Y su ubicación, al otro lado del Cuerno de Oro, simétrica al palacio de Topkapi, es extraordinaria.
2—Comprar pistachos (también pueden ser aceitunas) en las calles de alrededor del Bazar de las Especias y comértelos cruzando el puente de Gálata, oliendo a mar, mirando el panorama y maravillándote con la obsesión de la gente por pescar aunque nunca veas a nadie sacar nada.
3—Saltar al barco que recorre el Cuerno de Oro, tocando las dos orillas, camino de Eyüp. Si en un momento ves en la orilla de estribor un submarino y un caza que parece a punto de estrellarse contra un edificio bizantino no te extrañes: es el Rahmi M Koç Müzesi, la más estrambótica colección de cosas diferentes que puedas encontrarte. Conviene hacer este viaje avanzada la tarde. Y vestir con una cierta dignidad: la mezquita de Eyüp es uno de los lugares más sagrados del Islam. Luego puedes tomar un pequeño teleférico que sube a la colina y entonces vas sobrevolando las tumbas del cementerio. Allí arriba está el Pierre Loti Café, turístico y cutrecillo. Por muy caro que cobren el té vale la pena, por la vista.

Mezquita de Rüstem Pasha, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
4—Seguir la pista de Mimar Sinan, el gran maestro de la arquitectura clásica otomana. En sus casi cien años de vida diseñó centenares de trabajos, no sólo mezquitas sino también palacios, puentes, baños, y más cosas. Muchos de sus trabajos están en Estambul. Su obra más espectacular en esta ciudad es la mezquita Süleymaniye pero a mi me encanta la de Rüstem Pasha. Llegar a ésta última, después de callejear por el bullicio de los mercados callejeros, meterte por una portezuela y subir una escalera oscura es fantástico.
5—Sentarte en un taburete de los que ponen en la calle los cafetines de Balat y Fener, ver la vida que pasa delante de ti y pensar que estás observando el Estambul de hace 50 años. Estos dos barrios, al costado del Cuerno de Oro, tuvieron antaño una fuerte presencia judía y griega aunque ahora son casi completamente turcos (anatolios concretamente). Pero parece que aquí se vive de forma diferente a otros barrios. Aquí se compensa el precio del té del punto 3 porque también está anclado en el tiempo.
6—Cruzar el Bósforo en barco. Hay como mínimo dos motivos para hacerlo. Uno, por el simple placer de atravesar el estrecho. En qué otra ciudad del mundo puedes hacer un viaje semejante, tan hermoso, tan emocionante y tan barato. Puedes llegar a la otra orilla y volverte. O, dos, aprovechar para explorar el barrio en el que hayas desembarcado. En principio Üsküdar tiene más cosas que ver que Kadiköy pero ambos merecen un buen paseo. Y claro, además de cruzar el Bósforo también se puede coger el barco de línea que llega hasta Anadolu Kavagi, casi ya en el Mar Negro.

Terraza del bar del Mikla, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
7—Tomar una copa con vistas. Estambul tiene una estupenda combinación de colinas junto al Bósforo y el Cuerno de Oro, por lo que abundan los lugares desde los que hay excelentes panoramas. Hay para dar y tomar. Algunos bares con terrazas de cortar el hipo son Mikla, 360 y Leb-i Derya. Además siempre está la posibilidad de tomarse una cerveza en los locales del piso bajo del puente de Gálata. Ambos lados tienen vistas espectaculares.
8—Cenar en un meyhane. Estambul está lleno de opciones gastronómicas de todo tipo, y algunas muy buenas. Pero probablemente ninguna supera a la de ir con unos amigos a cenar a un meyhane. Uno de los detalles interesantes de este tipo de locales es que el camarero aparece continuamente con una gran bandeja en la que hay una serie de platos, cada uno con un meze diferente o con pescado (la carne abunda menos). Ideal para elegir varios y compartir, y regar con raki. Hay muchos meyhanes, sobre todo en Beyoglu, en las calles Nevizade y Sofyali.

Mosaico del Museo de Mosaicos del Gran Palacio, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
9—Admirar mosaicos bizantinos. Los hay maravillosos y si encima puedes ver muchos a la vez no hay que perderse la ocasión. Hay dos lugares excepcionales que curiosamente no son tan visitados como podría suponerse. Uno es el Kariye Müzesi, la antigua iglesia de Chora, que también tiene frescos espectaculares. Es para estarse horas viéndolos y sólo te vas cuando empieza a dolerte el cuello. No está mal llevar unos prismáticos pequeños para disfrutar de los detalles. Se calcula que estas obras son de principios del s.XIV. Mucho más antiguos son los que se guardan en el Büyük Mozaik Müzesi, el Museo de Mosaicos del Gran Palacio. Si los de la iglesia cubren paredes aquí se trata de la parte que se conserva del pavimento del palacio imperial.
10—Pasar una noche loca en el Reina. El Reina es un local que tiene un conjunto de restaurantes, bares y pistas de bailes en un lugar excepcional: la orilla del Bósforo, prácticamente bajo el puente que cruza el estrecho. De hecho puedes ir en lancha y evitar atascos. El sitio es caro (probablemente tenga los restaurantes más caros de Estambul), pero el ambiente —los ambientes— es espectacular y hay que tomarse un par de copas disfrutandolo así como de la vista y del trabajo de los mejores DJs del país.


11—Quedarte pasmado en Santa Sofía. No es ningún descubrimiento pero no se puede estar en Estambul y no pasar un buen rato en el que para mí es el edificio más noble del mundo (de los que conozco, claro). Si no lo haces te lo echarán en cara al final de tu vida y será una pena.
P.D. Evidentemente, la cifra de once cosas que hacer en Estambul es ridículamente pequeña. Se pueden decir sin esfuerzo 111 o, incluso, mil y una. Porque Estambul es absolutamente interminable, multifacética y magnética.

martes, 11 de septiembre de 2012

Santa Sofía de Estambul, el edificio más noble del mundo


Ayasofya, Santa Sofía, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Para mí, el Ayasofya Müzesi es el edifico monumental más emotivo, hermoso y noble del mundo. Evidentemente, el Ayasofya Müzesi —el Museo Ayasofya— es Santa Sofía, Sancta Sophia, Haghia Sofia, la iglesia de la Sagrada Sabiduría, la gran catedral de Constantinopla que luego fue mezquita y ahora es el museo más visitado de Estambul. Y tal vez sea el museo más peculiar del mundo: un edificio de casi 1.500 años de antigüedad al que no se le ha incorporado ninguna obra, sólo se ha conservado lo que ya había.
He tenido la suerte de visitar unas cuantas veces este museo. Y siempre lo he hecho con la misma emoción: la de saber que estoy entrando en uno de los espacios más formidables creados jamás por el ser humano.

Ayasofya, Santa Sofía, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Siempre se recuerda que el emperador Justiniano exclamó aquello de “Salomón, te he vencido” cuando entró por primera vez con la iglesia terminada. Y hay que reconocer que, a pesar de la carga de vanidad de esta exclamación, el emperador bizantino podía estar orgulloso de la obra que había encargado: la catedral más grande de la Cristiandad, el faro de un imperio y una fe que había de durar como tal más de 900 años. Cuando entro, es que no me acuerdo de Salomón.
Cuando Mehmet II conquistó Constantinopla el 29 de mayo de 1453 se dirigió directamente a la catedral, enmudeció ante tanta majestuosidad, ordenó que sacaran todos los objetos que pudieran considerarse idólatras y ese mismo día la convirtió en mezquita. En 1935, Mustafa Kemal Atatürk la transformó en museo.

Ayasofya, Santa Sofía, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Tal vez sea esa historia acumulada, esos cambios de uso, la que añade buena parte de su valor al propio y espectacular edificio. Cuando entras te sumerges en un espacio único, por lo desmesurado pero también por la mezcla de símbolos religiosos. Así se puede empezar a divagar que si es un edificio que une religiones, o la orilla septentrional del Mediterráneo con la meridional, o el pasado remoto con el presente y probablemente con el futuro.
Pero no, es el propio edificio, son sus columnas de mármol, son sus mosaicos, es esa rampa mágica por la que subes a la galería, y es esa cúpula ligeramente ovoide que parece flotar en el aire, a decenas de metros de altura. Es el propio edificio el que transmite una carga eléctrica, el que más fácilmente puede acelerar el pulso y producir algún temblor, el que puede arrancar —quizás— alguna lágrima.

Ayasofya, Santa Sofía, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Y eso que Ayasofya ha sufrido muchísimo, y no sólo por el paso de los siglos. Los caballeros de la Cuarta Cruzada —cristianos— despojaron a la basílica cristiana de todas las riquezas que pudieron trasladar. Los otomanos hicieron muy poco en comparación. Los terremotos, los iconoclastas, incluso los turistas de hace siglos también hicieron de las suyas.
Pero Ayasofya ha trascendido al tiempo, y creo que hasta la materia. A veces me da la sensación de ser un ser vivo. Es como cuando piensas que un árbol milenario es algo mineral, o cuando confundes la piel de un elefante con la corteza de un baobab. Hay materias que se escapan de lo corriente y pueden hacernos pensar cualquier cosa.

Ayasofya, Santa Sofía, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Sin embargo... Sin embargo, a pesar de que ahora se puede admirar en todo su esplendor al haber sido retirados los andamios que durante años ocultaban parte de su gracia, hay momentos en que resulta difícil abstraerse y gozar del lugar. Lógicamente es el monumento más visitado de una ciudad que recibe miles y miles de turistas cada día, y por tanto hay momentos en que el murmullo de voces, las aglomeraciones, los ruidos, hacen difícil encontrar un rincón tranquilo.
Sin embargo... Sin embargo es tal la carga mágica que revolotea por esa inmensa nave, que roza las paredes y los suelos de mármoles de colores, que se siente al descubrir un mosaico de forma inesperada al girar la cabeza, que sigue siendo posible alcanzar un instante de felicidad en medio de todo el anonadamiento que puede inspirar el vagar por este espacio.

Ayasofya, Santa Sofía, Estambul, Turquía. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Después, siempre hay que encontrar un lugar tranquilo en el que descansar un rato y reflexionar sobre lo vivido en este lugar tan especial.
Tal vez esto que escribo tenga que ver con lo que se conoce como el síndrome de Stendhal, por la suma de síntomas que sintió el escritor francés al visitar la iglesia de la Santa Croce en Florencia. Pero éste se refiere a la exposición ante la belleza y a lo que me refiero es a otra cosa, a la exposición a la belleza pero también al tiempo y al espacio vivido y modificado durante ese tiempo. Si hubiera un síndrome de Martínez sería eso, y causado por Ayasofya en Estambul.