viernes, 20 de julio de 2012

Un corto e intenso verano en las islas Aland, Finlandia

La isla de Henrik, en Islas Aland, Finlandia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
 Hace unas pocas semanas, a finales de junio, fui a Finlandia, a las islas Aland.

A finales de junio... justo en el comienzo del verano. Cuando los días son más largos y parece que nunca tendrán fin. Cuando está lo mejor del verano y todavía queda lo mejor de la primavera.
Me gusta el verano de los países nórdicos. Aunque sea muy corto: agosto ya es final de temporada y la tierra se prepara para los fríos que acechan.
Sí, en estos países el verano es corto y la naturaleza lo sabe. Por eso tiene que hacer, en muy poco tiempo, lo que en otras latitudes puede demorarse durante meses. Siempre que he ido en verano al norte de Europa he tenido la sensación de que la naturaleza bulle más que en otros lugares, que todo está concentrado. Las flores, los frutos, son cosas pequeñas, pero de colores y sabores intensos. El verano nórdico debe de pensar “hay que vivir deprisa, que esto se acaba pronto”.
Hay algo de pagano en la admiración por esta naturaleza, por esta vida que corre ajena al ser humano.
El otro día tomé un barco en Helsinki y viajé toda la noche hasta Mariehamn, la capital de las islas Aland. Desde allí continué por carretera hasta Hummelvik, en la isla de Vardö (con un tramo con el autobús dentro de un transbordador) donde salté a otro ferry rumbo a Enklingei.
En Enklinge conocí a Henrik, que dirige un pequeño alojamiento en una islita cercana. Me llevó a conocer Enklinge y luego, por la tarde, me propuso enseñarme la isla que se compró hace unos años.

La isla de Henrik, en Islas Aland, Finlandia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Fuimos a la isla. Es de esas que puedes dar la vuelta en 15 minutos caminando despacio. Así que caminamos un rato, pero fundamentalmente hablamos y contemplamos el horizonte. Quiero decir que habló él, contándome historias de su vida y de la vida en esta región. Yo callaba y escuchaba.
Como estábamos en verano, le pregunté por el invierno.
—Ah, me dijo, el invierno es completamente diferente. Algunas veces he venido conduciendo a la isla. Sí, con mi coche. El mar está helado y puedes venir perfectamente. Conducir por el mar helado en noches de luna llena es fantástico. Alguna vez te encuentras grietas entre las placas de hielo, pero si no son muy anchas puedes pasar.
Luego preparó un café de puchero y sacó una tarta de ruibarbo que había preparado su hija, una vikinga rubia más alta que yo. Y la tarta no era ni de pera ni de manzana, sino de ruibarbo. A mí el ruibarbo me suena a druidas, a pueblos antiguos, a marmita con pócima, a ritos paganos.

Tarta de ruibarbo de la hija de Henrik, en Islas Aland, Finlandia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Sí, había algo de pagano en mi admiración por esta naturaleza, por esta vida que corre perfecta y saludablemente ajena a las ciudades y sus cosas.

miércoles, 18 de julio de 2012

Exposición de Hopper en el Thyssen de Madrid (y cómo descubrí al Hopper actual)

Morning sun (1952), Edward Hopper

En el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid se puede ver una de las grandes exposiciones del año: la dedicada a Edward Hopper.
Hopper es uno de esos artistas que atraen. Cada uno tiene sus motivos: muchos hablan de esa forma de tratar a los personajes (se habla mucho de la soledad en la sociedad norteamericana), de los paisajes, de las composiciones.
A mi me gusta por varias razones.
Me gusta que los personajes —gente corriente— no posan sino que están vistos en algún momento de sus vidas, como si el espectador les espiara. El espectador se convierte en una especie de voyeur, y esto siempre tiene su atractivo. También me gustan sus ambientes nocturnos, y ese punto de ambigüedad que traspasa casi toda su obra. A mucha gente a la que le gusta la fotografía le gusta Hopper.
También me gustan los cuadros ambientados en Nueva Inglaterra, me dan ganas de volver a esa esquina de Estados Unidos en busca de esas casas blancas, esos faros, esas playas, esos veleros. Esos árboles de hojas azules de Cape Cod evening (1939).

Cape Cod evening (1939), Edward Hopper
Pero creo que la razón fundamental por la que me gustan muchos de los cuadros de Hopper es porque me incitan a pensar historias. A imaginar qué se están diciendo los personajes, quiénes son, cuál es su relación, por qué están ahí en ese momento
Y por eso mismo hay veces que me parecen viñetas mudas a las que hay que poner un bocadillo.
Y estaba pensando eso mismo en la exposición cuando caí en la cuenta que todo esto ya está hecho. Si alguien no me cree, que vea algunos ejemplos:
Observando Gas (1940) ¿alguien se ha preguntado alguna vez qué hace ese señor junto a un surtidor de gasolina, sin un coche al lado?


Sólo hay que mirar la escena desde otra perspectiva:


Aquí Office at night (1940), uno de los cuadros más famosos de Hopper:


¿Intrigado por lo que pasa por la imaginación del jefe y la secretaria en la oficina? Aquí hay una respuesta más que probable:


Éste se llama Room in New York (1932):


Pero la habitación podría estar en cualquier otro lugar:


Hopper dice que éste es un Hotel by a railroad (1952):


Pero lo importante es lo que pasa en la habitación:


O, mejor dicho, en las vidas de los que están en la habitación:


De repente me he dado cuenta de algo que estaba delante de mí toda la vida y en lo que no había reparado: Forges es el Hopper actual.
Y sólo me queda reclamar una exposición de Forges en el Thyssen o en el Reina Sofía ¡ya!
P.D. También pido a Forges y a los herederos de Hopper que me disculpen el uso de su excelsa y magnificérrima obra.

viernes, 13 de julio de 2012

Historias extraordinarias o por qué algunos blogs son seguidos por miles de personas


Esta semana, como todas, he entrado en unos cuantos blogs para leer las entradas que han publicado recientemente.
¿Y por qué dedico parte de mi tiempo y de mi esfuerzo a visitar blogs?
Porque encuentro en ellos cosas que me gustan. A veces son historias sorprendentes que me abren nuevas perspectivas, que me sirven para conocer el mundo, que me dan ideas y, sobre todo, que me entretienen. Otras veces encuentro información interesante sobre algún tema, o consejos de algún experto, o sugerencias para viajes. También pensamientos que no aparecen en otros lugares.
Todo ello, ofrecido gratuitamente por sus autores. Ninguno me cobra por ello.
Entre los hallazgos de esta semana quiero destacar dos historias.

Foto: Paco Nadal (c)
Una es la de Andreas Gabriel, un alemán que navega alrededor de Europa y que nos cuenta Paco Nadal. Lo primero que destaca de la historia es que Andreas viaja con un presupuesto de cero euros. Luego vienen más detalles, pero los interesados deberán leer el post en el lugar debido. Paco lo encuentra en el Puerto de Palos y le invita a comer. Esta historia demuestra que es posible comer gratis pero de forma decente en un puerto del Mediterráneo, sin necesidad de cargar la factura a los presupuestos del Estado. Y que cómo será el Andreas éste para que Paco Nadal quede impresionado por él y no al revés, como le pasaría a cualquiera. La historia completa en La increíble historia del alemán que circunvala Europa con 0€

Foto: Marc Pous, @3viajesaldia
Otra historia que me ha parecido extraordinaria es la de las abuelas buceadoras de Jeju, en Corea, y que nos descubre Marc Pous en 3viajesaldia. En esta isla las mujeres se dedican a bucear para conseguir alimento. Hay algunos detalles sorprendentes, como que algunas de las buceadoras tienen más de 80 años. También es curiosa la razón por la que las mujeres bucean y los hombres no. La historia completa en Las abuelas buceadoras de Jeju


Foto: Paco Elvira (c)
Ha habido otras entradas de blogs que me han resultado particularmente interesantes. Por ejemplo, la de Paco Elvira, en la que pretende hacer una reflexión sobre las diferencias entre la forma de fotografiar de los profesionales y los aficionados y lo que consigue es el curso más rápido y efectivo sobre fotografía que he visto nunca. Habla algo del equipo, pero se interesa más por el dominio de la técnica y, sobre todo, por la actitud. El curso completo en Diferencias entre un fotógrafo profesional y un aficionado. Reflexiones sobre el terreno en Bretaña.


Foto: Jordi Busqué (c)
Unas enseñanzas completamente diferentes son las que nos ofrece Jordi Busqué: pistas y consejos para tener epifanías ateas. Ni más ni menos. Por eso mismo no me atrevo a resumir su contenido. Tal vez habrá quien no considere interesantes sus consejos, pero otros los tendrán en grandísima estima. Es lo que tiene hacer una apuesta semejante en un mundo como el nuestro. Este post es un curso acelerado de cómo no hay que estar acelerado en la vida. Si esta afirmación parece un contrasentido probablemente sea culpa mía, que me explico mal. Se encuentra en Epifanías ateas: clasificación y métodos para tenerlas.
Calculo que se tarda entre tres y cinco minutos en leer cualquiera de las cuatro entradas de blog comentadas. Sin embargo, cada una de ellas ofrece algo valiosísimo: una historia extraordinaria que los autores encuentran en sus viajes o el resumen de años de práctica y reflexión.
Si alguien piensa que los blogs son tonterías o un cúmulo de bacinadas le pediría que completara la frase: “la mayoría de los blogs son...”. No me molestaré si alguien considera que este cuaderno está entre ellos. Pero lo que me parece muy claro es que hay algunos que son una fuente maravillosa de historias, reflexiones y datos. Y en una época en que cada vez resulta más difícil encontrar buenas historias y reflexiones en la prensa tradicional, la red aparece como la salvadora de los que las buscan y de los que las ofrecen. De hecho hay algunos blogs que tienen más lectores que muchos medios tradicionales de prensa. Por algo será.

miércoles, 11 de julio de 2012

Camino del fin del mundo en Chiloé

Costa occidental de Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Descubrir Chiloé en un atlas y desear ir allí fue todo uno.
Chiloé: una isla grande, frente al Pacífico, ¡repleta de misterios!
Más tarde, cuando pude estudiar un buen mapa de la isla supe que quería ir a un sitio concreto: a Cucao.
El litoral septentrional y oriental de Chiloé están frente al continente, y allí se encuentran todas las poblaciones: Ancud, Castro, Chonchi, Quellón, Achao, Quemchi... Lugares de nombres nunca oídos. Desde ellos se ve el Chile continental lo que, de alguna manera, hace de esta isla un mundo cercano.
Sin embargo, tanto la costa occidental como la meridional están abiertas al océano y en ellas no hay ninguna población. Salvo Cucao.
Toda este litoral es un mundo intransitable de sierras cubiertas de bosques espesos, un espacio aislado del resto del mundo. Darwin, que recorrió la isla, refiere dos casos diferentes de náufragos que consiguieron llegar a esta orilla perdida, sólo para descubrir que no podían salir de allí. De hecho, el Beagle recogió a unos balleneros que habían sido arrojados allí por las olas ¡y llevaban quince meses buscando la manera de atravesar el bosque!

Parque Nacional Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Lo curioso es que Cucao existe y se puede llegar hasta allí porque la isla está atravesada en esta parte por dos lagos alargados, el Huillinco y el Cucao, que permiten cruzar prácticamente la isla de lado a lado y llegar al océano.
En tiempos de Darwin había un camino pavimentado con troncos de árboles, pero tan deteriorado que tuvo que saltar a una piragua para continuar su camino. La tripulación le pareció muy extraña. “Dudo mucho que se hayan podido reunir jamás en una pequeña embarcación seis hombrecillos más feos”, escribió en su Diario. Ahora hay una carretera en buenas condiciones.
Por aquí también anduvo Chatwin. Siguió el mismo camino —que estaba igual de mal que en los tiempos de Darwin— y también tuvo que esperar en Huillinco a que llegara un transbordador. Chatwin estaba encantado de encontrar viva en esta zona de lagos y barcas, alejada del resto del mundo, la leyenda del barquero que transporta el alma de los difuntos.

Embarcadero de Huillinco, Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Llegué a Huillinco, que sigue cumpliendo con la descripción de Chatwin: “un grupo de casas, un embarcadero y el lago del otro lado”. Su cementerio es uno de los más peculiares que he visto en todo el mundo. No había nadie en la calle. Todos estaban en la iglesia, en un funeral.
Tampoco había barco, y seguí hasta Cucao por carretera. Las casas de Cucao están separadas del océano por una barra de arena que obliga al río a completar un meandro. Al lado está el bosque —el Parque Nacional Chiloé— y empecé a caminar. Parecía que los troncos de los árboles no tuvieran una corteza sino una piel fina y delicada que brillaba en la penumbra.

Parque Nacional Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Atravesé un trecho del bosque y me dirigí hacia el océano. Trepé a una duna y me asomé al infinito. El día era gris y las olas batían con fuerza sobre la base de la duna. Cada golpe era como un mordisco que se llevaba una buena porción de arena. No creo que ahora quede nada de esa duna.

Costa occidental de Chiloé, Chile. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Así que éste es el fin del mundo en Chiloé. Hacia el norte y hacia el sur se extendía una playa inmensa. Daban ganas de empezar a caminar y caminar por esta playa solitaria. Darwin se lo propuso a sus guías, pero le quitaron la idea de la cabeza. Es imposible. Las sierras llegan hasta la orilla e impiden el paso. No es buena idea naufragar más allá del fin del mundo.