viernes, 19 de noviembre de 2010

TANZANIA: LAGO VICTORIA










Pasamos la frontera a bordo de Montse , el camión de Ratpanat, y entramos en Tanzania. Vamos por una carretera asfaltada cuando de pronto sucede: aparece ante nosotros una inmensa masa de agua: ¿el océano? ¿el mar? No, el lago Victoria.

Es difícil acercarse a esta gigantesca extensión de agua (el segundo lago más extenso del planeta) sin que la mente se te vaya a las historias de los exploradores que buscaban las fuentes del Nilo. Cuántas veces habré imaginado ese momento, en el que llegaría al lago Victoria. Ahora la vida impone sus reglas: no voy a descubrir nada. Pero los sueños son los sueños, y no hay regla de la vida que pueda con ellos (además, “la vida es sueño”...), así que disfruto del momento, de la cálida luz de la tarde que baña en este momento ese pedazo de mundo.

Acampamos a orilla del lago, como debieron de hacer los exploradores que se adentraron por estas tierras. Se supone que fue Speke el primer europeo en llegar, y es el que le dio al lago el nombre de la reina. Cae la noche con la velocidad del ecuador.

Por la mañana saltamos a un barquito y vamos a recorrer un poco del lago. Abunda la fauna: aves acuáticas de todo tipo. Nos cruzamos con pescadores en sus canoas. Nos acercamos a unos de ellos.

-¿Qué clase de pescado han cogido? -pregunta alguien del grupo.

-Es pescado...

Llegamos a una aldea. Hay pescado a secar. Pescado de tamaño mínimo. Las mujeres cargan agua en grandes cubos sobre sus cabezas. La imagen es extraña: parece que cogen agua del mar para beber o lavar. Pero es agua dulce del lago.

Pescadores del lago Victoria. Es difícil acercarse a un pueblo de pescadores en este lago sin que la mente se te vaya a las historias que cuenta el documental La pesadilla de Darwin. Hay que verlo.

Lago Victoria: un sueño, una pesadilla.



miércoles, 10 de noviembre de 2010

KENIA: CAMPING SALVAJE EN MAASAI MARA, CON ESTILO


Cae la tarde y estamos en medio del Transmara, la parte de la reserva que se encuentra al otro lado del río, lejos de cualquier lodge. Y de cualquier furgoneta. Montse, que así se llama el camión de Ratpanat, se desvía de un camino bien marcado y, por una vereda desdibujada, se acerca al Mara. Vamos a acampar a la orilla del río más importante de la zona, en un lugar solitario, lejos de todo el mundo. Camping salvaje en Maasai Mara, en territorio salvaje.

El camión tiene dificultades para acercarse, pero Simba, el conductor, maniobra con estilo y nos lleva a nuestro destino.

El lugar es excepcional: una gran higuera crece junto a una orilla elevada del río. El lugar es solitario, o no, según se mire: un grupo de hipopótamos chapotea en el agua. Por la noche saldrán del río a comer. Esperemos que no sientan especial predilección por nuestras tiendas.

Y entonces la promesa se hace realidad. Se pone la mesa, Ricardo y Estrella sacan la botella de ginebra, las tónicas, el limón y el hielo, y empieza la ceremonia de tomar un gin-tonic en medio de la nada. Domingo, uno de los participantes del viaje, riza el rizo y añade cortezas de canela para dar el toque sofisticado al momento.

Cae la noche del ecuador mientras sentimos la naturaleza y comentamos las escenas vividas durante el día. Nos iluminamos con quinqués y con linternas frontales. Estamos en la gloria.

Cenamos como reyes, hablamos de todo y nos sentimos felices.

Antes de entrar en la tienda para dormir me alejo unos pocos metros para evitar las luces. Una luna creciente baña el lugar con su luz suave. El agua del río brilla en la noche y se distingue perfectamente la vegetación que cubre la otra orilla. Espectacular.

Cuando nos levantamos todavía es noche cerrada. Repito la jugada de unas horas antes y, como la luna ya se ha puesto, la oscuridad nos rodea. El cielo es una fiesta de estrellas. Allí está Orión, pero también hay muchas constelaciones que me resultan desconocidas. Espectacular.

Durante la noche, oí todo tipo de ruidos del bosque. Como digo, espectacular.

martes, 9 de noviembre de 2010

KENIA: MAASAI MARA, LA GRAN MIGRACIÓN, II


Y entonces ocurre lo que los ñúes se temen: una leona aparece y da muerte a uno de ellos. Es la ley de la jungla en estado puro: yo tengo hambre y te como. Otra vez lo que hemos visto decenas de veces en la televisión y que casi ha dejado de emocionarnos. Pero aquí, en vivo, todo adquiere otra dimensión. Es la realidad, la vida y la muerte.

Y entonces ocurre lo que no debería ocurrir nunca. Una furgoneta con un grupo de turista se acerca a la manada. Se ponen al lado, muy cerca: seguro que consiguen fotos de las que se enorgullecerán a la vuelta a casa y enseñarán a las amistades mientras toman canapés de caviar y beben satisfechos en vasos de cristal de Bohemia. Pero han jodido todo. Los ñúes se encuentran amenazados por todos los bandos, amenazados por un lado por el río y los leones pero con la retaguardia cortada por unos imbéciles en una furgoneta. El grado de tensión les obliga a retirarse. Y toda la masa de miles de ñúes se lanza en estampida alejándose del río. La polvareda es inmensa, sobrecogedora: es la materialización del miedo de los animales. Volverán. No se sabe cuándo. Sí, cuando sientan que el peligro es menor. Y cuando no haya un coche con unos imbéciles jodiéndolo todo.

No es raro que los ñúes emprendan la retirada porque las circunstancias -leones, cocodrilos, la corriente- se lo imponga. Pero resulta imperdonable que miles de animales salvajes se vean afectados por el comportamiento irresponsable de unos turistas sin criterio. Y de un guía o un conductor que arruina todo por una propina.

Y se acaba todo. Los animales se dispersan y los animales de la furgoneta se van a otra parte. Y nosotros también.

lunes, 8 de noviembre de 2010

KENIA: MAASAI MARA, LA GRAN MIGRACIÓN, I


Estábamos paseando por la orilla del Mara cuando David, nuestro guía, recibe un soplo de uno de los rangers de la reserva: los ñúes se están concentrando cerca de un paso y pueden que empiecen a cruzar el río en cualquier momento. Es el momento más espectacular de la gran migración. Nos llama y salimos pitando. Empieza a crecer la emoción entre los miembros del grupo.

Recorremos a toda mecha unos pocos kilómetros y llegamos a un buen punto de observación. Y vemos el gran espectáculo: una inmensa cantidad de ñúes concentrados en una especie de pradera cerca del río, en la orilla opuesta a la nuestra. Centenares, miles de ñúes: es difícil calcular el número. Unos pocos (supongo que los más audaces) están más cerca del río, llegan casi al borde del agua pero no se atreven a cruzar. Se alejan. Llegan otros y se acercan más, pero ninguno se decide.

La emoción entre nosotros aumenta al mismo tiempo que crece la tensión entre los animales. Ya he dicho en otra ocasión que cruzar el río Mara supone para los ñúes un momento de gran peligro. Los ñúes lo saben, pero también saben que deben cruzar. Dos fuerzas contrarias se enfrentan en su interior. Y esa tensión, ese estrés, se multiplica por decenas de miles de individuos que se han concentrado para pasar juntos. Hace falta un líder que se lance, que muestre el camino, que se arriesgue. Entonces todos lo seguirán.

El conductor y el guía de Ratpanat cumplen con el protocolo impuesto para la observación responsable de este espectáculo de la vida salvaje: tenemos que estar quietos y a una distancia adecuada. A pocos metros de nosotros se encuentra un equipo que está rodando una película documental en el parque y que se comportan de la misma forma que nosotros: nos mantenemos alejados para no interferir en el proceso.

Esperamos muy emocionados. Sabemos que, una vez que se inicie el cruce del río, podremos acercarnos mucho más porque entonces los ñúes ni siquiera nos verán. Tendrán todos sus sentidos concentrados en cruzar el río, en evitar los peligros de muerte que les acechan en ese lugar tan peligroso pero que, al mismo tiempo, es la puerta a la vida, a las praderas de rica hierba verde. Tienen que enfrentar el peligro en el camino al reino en el que brota la leche y la miel. Es una cuestión de instinto, pero coincide con una de las historias fundamentales de la literatura, es decir, de la forma que tenemos de expresar los conflictos de la naturaleza -de la condición- humana. Y ahora lo tenemos delante de nosotros en su versión salvaje.

Y entonces ocurrió lo que puede pasar y también lo que nunca debe pasar. Lo cuento otro día.

martes, 2 de noviembre de 2010

KENIA: VIDA Y MUERTE EN MAASAI MARA


El río Mara define buena parte del ecosistema Serengeti-Mara: da la vida a esta región pero también es una amenaza de muerte. A lo largo del año, los dos millones de ungulados que viven en este mundo emigran en busca de pastos siguiendo el régimen de lluvias. Dos veces al año, esta ruta milenaria -que es uno de los grandes espectáculos de la naturaleza en todo el planeta- les obliga a cruzar este río.

Digo que es una amenaza de muerte porque atravesar un río poderoso es siempre un peligro. Los ñus y las cebras encuentran una corriente que puede llevarlos por delante. Además, allí acechan los cocodrilos y los grandes felinos, y los hipopótamos que, aunque son herbívoros, tienen muy mal carácter si se les molesta y de un mordisco pueden acabar con cualquiera. Cruzar el Mara es una necesidad vital para los ungulados: los verdes prados les esperan al otro lado. Tienen que arriesgarse.

En el camión de Ratpanat cruzamos el río Mara cómodamente por un puente, para llegar a la zona de Transmara, mucho menos visitada y donde esperamos encontrar ocasiones de observar la fauna salvaje.

Al cruzar un puente hay un control de los rangers. En esta parte puedes caminar por la orilla del río en compañía de un ranger para ver la zona, por lo que nos detenemos un buen rato. Este puente está en una angostura del río, donde un grupo de peñascos estrecha el cauce. Allí se acumulan muchos de los cadáveres que arrastra la corriente: son los que han fracasado en la prueba vital de cruzar el río, ya sea por la fuerza de la corriente o por algún encuentro indeseado.

Allí están los buitres y todos los demás carroñeros, aprovechándose de los desdichados que fracasaron.

Al cruzar el puente nos llega un intenso olor a carne podrida: son los despojos de decenas de cadáveres que han quedado enganchados entre las rocas o han sido depositados por la corriente en una especie de playa. Los marabúes se daban un festín.

La concentración de cadáveres era tal que el olor a muerte flotaba en el aire a pesar de encontrarnos en una zona despejada. Olor a muerte. La muerte de algunos, que significa la vida para otros. Esta idea es bien sabida por todos, y los documentales de La 2 nos la repiten todos los días.

Pero la televisión no muestra el hedor, la peste dulzona que flota en el aire, como una neblina mañanera al lado del río. Un tufo repulsivo en el que no pensamos nunca pero que forma parte de la realidad y de la vida. Nos ayuda a sentir la relación entre la muerte y la vida. La televisión no muestra el hedor. Este texto tampoco.