viernes, 27 de mayo de 2011

La luz verde del hayedo en primavera




Si el otro día, al hablar de Avilés, la gran sorpresa de Asturias,  me refería a las ideas preconcebidas como un lastre del que hay que despojarse a la hora de viajar (y de vivir), ahora puedo mencionar otro: los lugares comunes. Si te dicen “hayedo” y respondes “otoño”, estás cayendo en el tópico. Que seguro que está muy bien, nadie niega la belleza de un hayedo en otoño. Pero hay otras posibilidades de encontrar la belleza. Por ejemplo, la de un hayedo en primavera.
Y, eso mismo, ahora, se vive en los hayedos del Parque Natural de Redes, allí en lo alto de las montañas astures, Nalón arriba hasta que no se puede subir más.
En la subida pasas por Langreo (sobre su paisaje industrial hay mucho que decir), y sigues subiendo, y los pueblos se van haciendo más pequeños, y las casas más pequeñas y el aire más grande, hasta que ocupa todo el espacio entre las montañas. Que son puro verde.
Subí el otro día, bien de mañana, salí con mis compañeros de viaje desde la casa de aldea Los Riegos, en Belerda, hasta la collada Incós, para hacer una caminata por el monte. Y al bajar de los taxis que nos llevaron fue como si el aire hubiera  subido todavía más un punto en la escala de frescor.
¡Qué bien se está, en la primera hora de la mañana, en el monte, allá en lo alto de todo! “El viento matinal siempre sopla, el poema de la creación es ininterrumpido, pero pocos son los oídos que lo oyen. El Olimpo no es sino el exterior de la tierra en todas partes”, decía Henry David Thoreau. Y todo es más fácil en lo alto de la montaña, muy temprano, cuando el aire es limpio.
Allá por la collada Incós, entre las brañas y las majadas, un caballo parecía feliz en un gamonal. Más arriba, en los puros riscos, había rebecos. Hace años -me dijeron-, las peñas “negreaban de rebeco” con cabradas de 35 ó 40 ejemplares. El otro día la vista se perdía por las crestas, los bosques y las praderías.
Iniciamos el descenso, y llegó el momento en que nos adentramos en un hayedo. El hayedo en primavera. Y caminamos entre la luz verde del hayedo en primavera. Había llovido pocas horas antes, y todo -las hayas, los helechos, las piedras- irradiaba una luz brillante. El bosque mágico por el que caminamos con una sonrisa interior que, a veces, se reflejaba en la cara. 











Parque Natural Redes, Asturias. Todas las fotos: Ángel M. Bermejo (c)


lunes, 23 de mayo de 2011

Orson Welles estaría encantado en el Niemeyer

Avilés. Centro Niemeyer. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Las obras de arte no se miden por lo que son en sí mismas, sino por lo que representan para los demás. Por el impacto que producen. Por lo que suponen a aquél que se acerca a ellas. Por los sentimientos y pensamientos que despiertan. Por lo que generan en los demás, por eso nuevo que tienes después de un encuentro con esa obra y que no tenías antes. 
Tengo la impresión -por lo que voy leyendo en los blogs de los colegas con los que visité el centro Niemeyer de Avilés en nuestra reciente visita a Asturias- de que más de un calambrazo corrió por la espina dorsal de nosotros. Luego cada uno lo cuenta de una forma diferente. 
Aparte de la emoción estética que me produjo el Centro Niemeyer, me supuso una serie de asociaciones de ideas. Una de las presencias que me acompañaron desde que paseamos a la caída de la tarde y se encendieron las luces fue la película El tercer hombre, de Carol Reed. ¿La razón? Lógicamente los juegos de sombras que se producen en la Cúpula debido a la iluminación que tiene, que recuerdan continuamente a diferentes escenas de esa magistral película. 
Como pequeño homenaje no pude resistirme a grabar un pequeño vídeo: El tercer hombre en Avilés
Aviso: es supercutre, un alarde de técnica mugrienta acompañada por el ruido del viento y una banda sonora que salía de un teléfono móvil. Cada uno da lo que puede, y prometo esforzarme más en otra ocasión. Ficha técnica: protagonista, Rafa Pérez, el Fotógrafo Viajero; música, Anton Karas; dirección, cámara y demás, yo mismo. 
Al día siguiente al encuentro con empresarios turísticos y periodistas asturianos volvimos al centro a ver la exposición Luz, de Carlos Saura. Y entonces Orson Welles volvió a mí de forma natural con la serie de espejos.

Avilés. Centro Niemeyer. Foto: Ángel M. Bermejo
El recuerdo de una escena decisiva de La dama de Shangai era evidente.
Nota: no es mi intención compararme con los protagonistas...

viernes, 20 de mayo de 2011

Centro Niemeyer: sensaciones, pasiones, perspectivas




Como toda obra original, la de Oscar Niemeyer despierta pasiones. A favor o en contra, pero es difícil que deje indiferente. Ha sido así toda la vida. Y con el Centro Niemeyer de Avilés, en Asturias, no podía ser de otra manera.









Los cuatro edificios del Centro Niemeyer, con sus formas peculiares y su distribución del espacio, despiertan la imaginación. Hay quien ve medio huevo cocido en el Auditorio. Pero lo miras desde otro ángulo y parece una ola gigantesca. Este Auditorio tiene, al menos, dos detalles a destacar. Uno es que el escenario se puede abrir hacia el exterior, por lo que algunos espectáculos podrán seguirse desde la plaza por miles de espectadores. Y también hay que recordar que, siguiendo la máxima de democratizar el arte, no hay palcos ni lugares privilegiados en el patio de butacas.








La Torre tendrá próximamente un restaurante y un bar, con vistas al conjunto, la ría y el propio Avilés. Al verla, tengo la sensación de que la escalera es algo vivo que se descuelga de la parte superior y que lo que ves es un instante congelado de su movimiento.









La Cúpula es sobria y elegante por fuera, pura convexidad blanca y sencilla. Por dentro es un mundo oscuro, cóncavo, complejo a pesar de ser completamente diáfano. Es el espacio dedicado a exposiciones.








Hay un edificio polivalente que, junto a la Cúpula, tiene la forma que más me recuerda a otros edificios de Niemeyer en Brasil. Las cristaleras, según incida la luz, se pueden convertir en un gigantesco espejo.




Pero lo que más me gusta es lo que, en principio, parece que no es nada: la plaza. El espacio que se abre entre los edificios. Una marquesina ondulante conduce tus pasos de una lado a otro, y da gusto dejarse guiar. Estás al aire pero te sientes protegido. El techo encuadra el horizonte, que se abre y se cierra a cada paso. Y creo que dentro de poco van a ocurrir cosas importantes en la vida de los avilesinos en esta plaza blanca y luminosa.





Y no hay que olvidarse de los puentes que permiten llegar al Centro pasando por encima de vías de tren y brazos de la ría.





Todas las fotos: Centro Niemeyer, Avilés, Asturias. Ángel M. Bermejo (c)



jueves, 19 de mayo de 2011

El Niemeyer ha aterrizado en Avilés

Avilés. Centro Niemeyer. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Suelo consultar con frecuencia la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco porque me parece una fuente fabulosa de información sobre diferentes lugares de gran importancia (de importancia mundial, como su nombre indica). Hay lugares que son destacados por sus valores naturales, otros por sus valores culturales y, algunos pocos, por ambos.
Los culturales están creados, lógicamente, por el ser humano. Algunos son una obra concreta (como la catedral de Burgos o el palacio de Versalles, otros son un conjunto seleccionado de obras (como los monumentos prerrománicos de Oviedo o las misiones jesuiticas de Chiquitos en Bolivia y en ocasiones son conjuntos enteros (como el casco histórico de Toledo o Florencia. Todos ellos son lugares magníficos que reflejan momentos importantes de la creatividad humana.
Pero nunca me había planteado si la Unesco había declarado Patrimonio Mundial la obra de algún autor vivo.
La Ópera de Sydney recibió ese título en 2007, y su autor, Jorn Utzon, falleció en 2008. Hasta donde he llegado a averiguar, Oscar Niemeyer (artífice junto a Lúcio Costa del diseño y construcción de Brasilia) es la única persona viva que puede alardear de ello. El que tenga 103 años de edad le ha ayudado a ello.
Autor prolífico y rompedor, es uno de los pocos seres humanos que, en el siglo XX, han podido responsabilizarse de un proyecto tan importante como es levantar una ciudad de la nada. Le Corbusier, Doxiadis y pocos más.
Creo que todo lo anterior sirve para resaltar el valor del Centro Niemeyer que se ha inaugurado el pasado mes de marzo en Avilés. Este Centro es sólo la primera parte de un proyecto mucho más ambicioso todavía, La Isla de la Innovación, con el que se pretende desarrollar todo el entorno de la ría de Avilés, que hace décadas era uno de los lugares más contaminados de toda Europa.
Llegas a Avilés desde el aeropuerto y ves un paisaje muy similar al de otras partes de Asturias: todo está verde y hay casas desperdigadas por los prados y colinas. Entras en Avilés y empiezas a ver algunas chimeneas, coletazos del pasado siderúrgico e industrial. Y, de repente, allí está lo más chocante, sorprendente y atractivo que te puedes imaginar: el Niemeyer, al lado de la ría. Y no puedes dejar de acordarte del título de una canción de Ry Cooder: UFO has landed in the ghetto (Un ovni ha aterrizado en el gueto).


miércoles, 18 de mayo de 2011

Todos quieren ir a Avilés

Avilés. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Tengo que reconocer el pecado de no haber estado nunca en Avilés hasta la semana pasada. Y lo que es peor, de que no se me había ocurrido ir en la vida. Tenía de esta ciudad asturiana una imagen anclada en ideas anticuadas: la de un centro industrial humeante junto a una ría contaminada. En caso de que todo ello fuera cierto en algún momento del pasado, nada hay más alejado de la realidad actual. 


Avilés. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Ahora se habla mucho ahora de Avilés, y con razón, por la reciente inauguración del Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer. De repente, todos quieren ir a Avilés. Y con razón. 


Avilés. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
He tenido ocasión de ir para asistir el viernes pasado junto a otros blogueros a una reunión convocada por la Sociedad Regional de Turismo del Principado de Asturias en el propio Centro Niemeyer. En ella se habló de la relación entre los blogs de viajes y la comunicación turística, con especial participación de empresas asturianas dedicadas al turismo. Hubo decenas de asistentes, entre empresarios del sector y periodistas. Una más de las actividades organizadas en el Centro. Se puede leer un resumen de las intervenciones y conclusiones aquí.


Avilés. Foto: Ángel M. Bermejo
Esta reunión me ha permitido conocer Avilés. Y he podido comprobar una vez más que las ideas preconcebidas, o las ideas basadas en datos antiguas, son casi siempre falsas. Un peligro. Me he encontrado con una ciudad con un centro histórico muy hermoso. Me encantan las ciudades con soportales: normalmente son indicio de lluvia frecuente, pero también de ganas de seguir paseando y trabajando a pesar de esa lluvia.


Avilés. Calle Galiana. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Avilés. Calle del Rivero. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Avilés. Iglesia de San Nicolás de Bari. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Me dicen que, con independencia del Centro Niemeyer, Avilés ha cambiado mucho en los últimos años. Y más que va a cambiar. Se han rehabilitado edificios en el centro (el más notorio, el Palacio de Ferrera, convertido en hotel), se han peatonalizado calles, hay bares y restaurantes nuevos (aparte de bares y restaurantes de toda la vida), algunos incluso con estrella michelin, como el de Koldo Miranda, en Castrillón, en las afueras de Avilés.


Avilés. Taberna Llamber, en la calle Galiana. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Castrillón. Restaurante Koldo Miranda. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Avilés. Palacio Ferrera. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
El viernes salí del hotel y fui a la reunión a la que me he referido. El paseo de pocos minutos entre el Palacio de Ferrera y el Centro Niemeyer fue un salto del siglo XVII al XXI y me pareció que representaba muy bien el salto al futuro -sin olvidar las raíces- del nuevo Avilés.


Avilés. Centro Niemeyer. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Avilés.  Calle Galiana. Foto: Ángel M. Bermejo (c)