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miércoles, 7 de diciembre de 2011

Perú: el viaje a Qoyllur Rit'i

 Podría decir que tenía preparad0 hasta el último detalle, con meses de antelación, todo lo referente a la expedición al glaciar de Sinakara y la peregrinación de Qoyllur Rit'i -la que he relatado en las entradas anteriores de este blog: #1, #2 y #3-, pero ello sería faltar a la verdad. Sí es cierto que sabía de su existencia por un reportaje de unos años antes publicado en National Geographic, pero la verdad es que me encontraba en Perú sin que participar en esa peregrinación fuera uno de mis objetivos.
Había llegado unos días antes a Cuzco a la caída de la tarde, y una luna llena inmensa flotaba encima de las iglesias y palacios construidos sobre los muros incaicos. Yo quería preparar el trekking del Camino Inca a Machu Picchu así que el día siguiente, al caminar por una calle vi un cartel de una tienda que alquilaba material de acampada. Una flecha indicaba que se encontraba dentro del patio.
Entré en el patio, donde se acumulaban pared con pared una serie de negocios, la mayoría de servicios turísticos. Entré en la tienda y pregunté si podía alquilar una tienda campaña y un hornillo.
-No señor -me respondieron-, el alquiler de material es en la puerta de al lado. Nosotros somos una agencia de viajes y estamos preparando una excursión fabulosa. Al glaciar de Sinakara, ¡la peregrinación de Qoyllur Rit'i! Salimos mañana.
Me dio la información pero yo quería recorrer el Camino Inca, así que le dije que no me interesaba. Luego, pensándolo mejor, llegué a la conclusión de que podía hacer ambas excursiones, primero la peregrinación y después el trekking. Lamentablemente no disponía de dinero como para contratar la cómoda excursión, así que decidí ir por mi cuenta. Si iban miles de peregrinos, yo también podría.
No sabía la que me esperaba.
Agarré el macuto, compré unas latas de conserva de emergencia y me fui a la estación de autobuses. El ambiente era caótico. Efectivamente miles de peregrinos querían ir a Mayahuani, el punto de inicio de la peregrinación para la mayoría.
Con mi habitual buena suerte en casos semejantes, en medio de todo el barullo encontré un autobús que partía inmediatamente para Mahuayani. Lo que se dice inmediatamente. Subí al autobús y cuando estaba sobre el primer escalón cerraron la puerta detrás de mí. Y no podía moverme: éramos cinco o seis viajeros en los escalones. Yo sólo veía la espalda del que había subido antes y había llegado hasta el segundo escalón sin poder avanzar más.
Al rato, el traqueteo del autobús al pasar por los baches de la carretera fue asentando el contenido de peregrinos y equipajes. Pocos minutos después me señalaron un asiento libre.
-¿Dónde, que no lo veo?
-Sí gringo, en la última fila, y me señalaban la de cinco asientos. Sólo hay siete, puede sentarse ahí.
Así que poco convencido me encastré entre los demás pasajeros, que mantenían una acalorada conversación en la que maldecían al despiadado empresario que amontonaba a los peregrinos en el autobús.
-¡Somos personas, no animales!, protestaban, y somos pobres, sino no iríamos a pedir al Señor de Qoyllur Rit'i.
Al cabo de un buen rato apareció, escurriéndose entre los bultos y las personas, el cobrador. Se armó una buena, y le recriminaban las penosas condiciones de transporte que ofrecía a los peregrinos.
-Pues el que no quiera seguir, que se baje, que estamos en Urcos.
Aproveché la coyuntura y me apeé. Ya había anochecido y la perspectiva de pasar la noche viajando en esas condiciones no resultaba muy atractiva. Hacía un frío de muerte. Caminé sin rumbo entre el bullicio que se había formado alrededor del autobús y me crucé con un grupo de personas disfrazadas de esqueletos que saltaban al son de la música. ¡Una danza de muerte! Algo que ya en Europa ha desaparecido prácticamente se aparecía delante de mí con toda naturalidad. El caso es que después del ambiente vivido en las horas anteriores encajaba de forma bastante coherente.
Pregunté a un señor que pasaba por ahí si sabía de algún lugar para pasar la noche. No, no había alojamiento decente en Urcos, me dijo. El caso es que seguimos hablando un buen rato pues estaba muy interesado en mis peripecias y los motivos por los que había llegado a encontrarme tirado en la calle en una noche semejante. Se despidió de mí con una frase que no he olvidado.
-Habla usted muy bien español, para ser holandés.
Le expliqué las razones por las que hablaba español.
-Ah, entonces, si es español puede ir a pedir alojamiento en la misión. Todos los padres son españoles, seguro que lo recogen.
La solución fue maravillosa. No sólo me acogieron con caridad cristiana sino que encontré allí a una monja española que iba de viaje a la peregrinación, acompañando a un muchacho descarriado del que quería que presenciara el acto de fe de los peregrinos. Tenían coche propio, así que no habría problema. No me podía creer la suerte que tenía.
A la mañana siguiente continuamos camino, ahora cómodamente instalado en el asiento trasero de un pequeño utilitario. Atravesamos aldeas minúsculas en las que la miseria era la condición de vida de sus habitantes. También pasamos por zonas de desolada belleza, vastos espacios abiertos sin el menor signo de vida y donde la pista que seguíamos era poco más que una línea en la ladera de las montañas. Como se estropeara el coche allí lo tendríamos complicado para salir. Cuando íbamos por uno de estos lugares la conversación tomó un cariz delirante.
-Conque eres de Madrid, ¿eh?, me dijo, seguro que no sabes dónde está el Paseo del Cisne.
-Pues claro que lo sé, está en Chamberí, es la calle que ahora se llama Eduardo Dato.
Extrañada, me preguntó cómo era posible que supiera ese dato (valga la redundancia).
-Pues porque he pasado diez años en el colegio de los Maristas que está en esa calle.
Y entonces ocurrió.
La monja pisó de golpe el pedal del freno, y el coche se paró bruscamente. Ella se giró y me miró con mirada amenazante, señalándome acusadoramente con el dedo.
-Entonces tú, tú, tú eras de los gamberros de los Maristas que molestabais a las niñas de las Damas Negras.
Las Damas Negras era el colegio de niñas que estaba al otro lado de la calle, y bueno, es cierto que a veces había expediciones de castigo al salir de clase e íbamos a mojarlas con nuestras pistolas de agua. Tonterías de niños, cosas sin importancia. Aunque tal vez ella, una monja de las Damas Negras, pensaba en otro tipo de molestias. Por un momento pensé que me iba a dejar tirado en medio de la desolada belleza de los Andes, en castigo por un pecadillo de infancia. Por supuesto que lo negué todo. Ella se echó a reír.
-¡Que es una broma, hombre! Aunque seguro que las molestabas.
Después de muchas horas de carretera llegamos a Mahuayani, el lugar donde empezaba la peregrinación. 

lunes, 5 de diciembre de 2011

Perú, Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i #3

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Aunque el momento más importante de toda la peregrinación es la madrugada del martes de Trinidad, es decir, la antevíspera del Corpus, la llegada de los peregrinos a la hoyada de Sinakara se produce poco a poco en los días anteriores. El domingo se celebra un curioso mercado, el juego de las piedras. Una de las principales motivaciones de los fieles es elevar una petición al Señor de Qoyllur Rit'i, al que se tiene por milagroso.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Para el bien o para el mal. En la ermita se encienden velas con cabellos o hilos de la ropa de las personas a las que se desea castigar. Pero, sobre todo, destaca este imposible mercado de símbolos donde, con papeles que reproducen fajos de billetes se compran dibujos de aquello que se ambiciona, o piedras de forma parecida. Otros imitan mediante la mímica lo que desean realizar. 
Cuando han comprado sus sueños, se dirigen al nicho de la Virgen, convertido en una especie de banco, y depositan los objetos adquiridos o el dinero conseguido. Ya sólo queda esperar.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Pero el rito más estremecedor se desarrolla en el glaciar. Es la madrugada del martes, y antes de que se presienta la salida del Sol, se pone en marcha la comitiva, ajena al frío y al cansancio acumulado. Subo por la cresta inestable de la morrena, a duras penas, porque estamos a más de 5.000 metros de altitud. Los peregrinos, quechuas adaptados durante siglos a los Andes, suben en sandalias, fumando, y todos me adelantan. En un momento alguien me sugiere que no siga adelante. Los gringos, que hemos podido seguir perfectamente todos los actos de la romería, no estamos autorizados a presenciar los ritos secretos que se celebran en las soledades del glaciar.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Se puede ver desde lejos a los ukukus que danzan y corren sobre el hielo, ajenos al frío y al peligro de un accidente mortal. En ese momento no son personas, sino el animal mítico que representan. Después cargan sobre sus espaldas unos enormes bloques de hielo, e inician el descenso con su carga blanca, hacia la ermita. Si la montaña es un apu, una manifestación de lo divino, el hielo que nace en las alturas es también sagrado y goza de propiedades curativas. Cuando se derrita, el agua se guardará celosamente para utilizarla como medicamento.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
A media mañana del martes, después de la última misa, la mayoría de los peregrinos inicia el descenso hacia Mahuayani. Son, sobre todo, los mestizos. Los indios no dan por terminada la peregrinación, y un grupo de unas mil personas inicia la última etapa, hacia la aldea de Tayankani, a más de 30 kilómetros de distancia, por la ladera del nevado Ausangate.

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Se camina toda la tarde, y cuando el sol se esconde la comitiva se detiene a rezar. Cuando sale la luna el extraño ejército de la Estrella de la Nieve se pone en marcha en una larga fila. Antes del amanecer los peregrinos se detienen en la pampa de Jatunajaq a esperar. Esperar a que termine la noche más larga del año. Esperar de rodillas a que reaparezca el Sol, para que los hombres no vuelvan a vivir en la oscuridad, como en el comienzo de los tiempos. 

Peregrinación del Señor de Qoullur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Pero, una vez más, la claridad vuelve a dejarse notar detrás del cerro. Y cuando sale el Sol, después de una larga y temida ausencia, se le adora con un fervor inimaginable. El dios no ha olvidado los hombres.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Perú, Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i #2

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Sigue de la entrada anterior

Ésta es la versión oficial, porque cuentan las crónicas que aquí, en 1780, se apareció Jesucristo en el momento de la crucifixión. Todo parece indicar, sin embargo, que este valle era un lugar sagrado ya en tiempos precolombinos, y escenario de prácticas religiosas antiquísimas. De este modo, la aparición y milagros del Señor de Qoyllur Rit'i, son, para muchos, un invento de los peregrinos para poder seguir acudiendo al lugar, pero ya con el beneplácito de la Iglesia colonial española. Para otros, el invento se debe a los propios españoles, en un intento de anular el culto anterior mediante la técnica habitual de sustituirlo por otro en el mismo lugar.

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
De cualquier modo, las prácticas tradicionales no desaparecieron y se ha producido un curioso sincretismo, un mestizaje de ritos, de símbolos, de gestos. A veces parece que predomina una cultura, a veces la otra. Y, casi siempre, una sugestiva combinación de ambas.

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Al salir de la ermita, ya de mañana, el espectáculo es superior a lo que podía haber imaginado. Un campamento improvisado en la pampa, del que se elevan cientos de columnas de humo, rodea el templo. En lo alto, los brazos del glaciar que cuelgan del nevado imponen con su mole amenazante. A mi alrededor estaban los peregrinos, reconfortados con los primeros rayos del sol. Entre ellos, algunos de los más pintorescos que se puedan imaginar: los chunchos, los saqras, los qollas, los k'achampas.

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Todos van vestidos con trajes extraños, con máscaras, sombreros. Pero no son disfraces, esto no es un carnaval. Son vestidos rituales y cada elemento está dotado con un complejo significado. Con sus tocados de plumas, los wayri chunchos representan a los indios de la jungla. Una de las muchas tradiciones antiguas asegura que los hombres vivieron durante mucho tiempo en la oscuridad porque el sol no existía. Cuando éste apareció por primera vez corrieron a esconderse a la selva, donde la luz no podía penetrar. De allí salieron para crear el imperio inca.

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Otros personajes fundamentales de los ritos que se suceden sin interrupción en la pampa de Sinakara son los ukukus, seres míticos creados por la unión de una mujer con un oso. Este animal sirve, en la mitología andina, como intermediario entre el hombre y el resto del mundo. Es un animal, pero camina derecho como un ser humano; y vive en cuevas, es decir, entre la superficie y el submundo de los espíritus. Sale a cazar al amanecer y al atardecer, uniendo el día y la noche, y escala montañas, estableciendo una relación entre este mundo y el de los espíritus.

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Los ukukus están representados por jóvenes elegidos en cada aldea. Visten unas túnicas de lana de llama, con muchos flecos, y se cubren la cabeza completamente con un pasamontañas que sólo permite verles los ojos. Su voz atiplada, de falsete, les confiere un carácter equívoco, que no corresponde con el ímpetu con que utilizan sus látigos.

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
En medio de lo que parece un caos, al poco tiempo descubro que todos los grupos siguen un recorrido determinado. Se danza delante de la ermita, se sube un poco por el glaciar hasta una peña donde se encuentra una imagen de la Virgen, y se desciende por otro camino hacia una cruz. Cuando un grupo termina comienza el siguiente. Los elementos que saltan a la vista son cristianos, pero los tres -la ermita, la Virgen y la cruz- se levantan sobre lugares sagrados venerados desde hace mucho más de 200 años. Son tres huacas, rocas a través de las cuales se manifiestan los poderes sobrenaturales, y a las que se han sobrepuesto los elementos cristianos.


Continuará...

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Perú, Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i #1

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Es de noche y subo por un sendero que enfila directamente hacia las nubes, remontando la cuesta al borde de un abismo sin fondo. La luna casi llena ilumina un paisaje poderoso, sobrecogedor, en el que se adivinan sombras de grupos de peregrinos, todos con el mismo destino. Hace un frío de muerte en estas alturas desoladas de los Andes, y se hace difícil respirar, parece que el aire no te llena los pulmones. Se oyen voces, letanías confusas, los acordes lejanos de algún instrumento musical, y todo crea una atmósfera peculiar, insólita, que parece de otro mundo. Vamos subiendo desde Mahuayani hasta la pampa de Sinakara, donde se encuentra la ermita del Señor de Qoyllur Rit'i para participar en la gran romería del glaciar, uno de los rituales más espectaculares que se celebran en Perú.
Es un momento único. Durante todo el año, Mahuayani no es más que un minúsculo asentamiento al borde del camino que desciende, entre curvas pavorosas, desde Cuzco hasta Puerto Maldonado. De los altos valles andinos a lo más profundo de la selva oriental peruana. Lo más probable es que el que recorra esta pista pase de largo, olvidando enseguida su pobre existencia de barracas escondidas en la ladera. Sin embargo, durante unos pocos días al año, la agitación producida por el paso de decenas de miles de personas altera la calma casi perpetua de este poblado.
Al llegar allí, a las diez de la noche, el caos de cientos de personas moviéndose casi en completa oscuridad indica que se trata de uno de estos días señalados. Los peregrinos vienen de Quispicanchis, de Paucartambo, de Canchis, caminando por veredas de vértigo o amontonados en camiones y autobuses desvencijados, dispuestos a ascender al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, la Estrella de las Nieves en idioma quechua. Y también, a los glaciares de lo rodean.
Son los días fríos de junio, el comienzo del invierno austral, cuando la luz dura pocas horas y parece que la noche se adueña lenta pero inexorablemente de la tierra. La fiesta del Corpus es aquí la del solsticio de invierno, y en estas latitudes, en las que siempre se ha adorado al Sol, éste es un momento trágico. Parece que se muere irremisiblemente.
Incluso aunque se llega a Mahuayani por la pista, el camino no me ha sido fácil. Han sido dos días de viaje desde Cuzco, saltando de autobús a camión, e incluso un tramo en una furgoneta de unos misioneros españoles que encontré en Urcos. Parece que todo el mundo va en peregrinación, que compartimos un mismo objetivo, y desde el principio me siento partícipe de algo especial.
Son varias horas de lenta subida hasta la pampa de Sinakara, donde los peregrinos acampan durante varios días. Doce kilómetros que se hacen eternos. Al llegar quedan pocas horas para el amanecer, pero la actividad es frenética en este campamento. Son miles y miles de personas -quizás 30.000, tal vez 60.000- las que se mueven, las que quieren entrar en el templo, las que bailan, las que se acurrucan debajo de unos plásticos para protegerse del viento, las que pretenden vencer con coca, con alcohol o con un té el frío que corta como una navaja.

Peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i, Perú. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Es increíble encontrar en un lugar semejante un espectáculo como éste. El frío se siente en los huesos y pretendo aplacarlo con unos tragos de té hirviente con pisco. Pura dinamita, pero efectiva. Luego busco refugio en la ermita, donde miles de velas han estado prendidas durante todo el día. La temperatura es agradable, pero el aire es casi irrespirable. Encuentro un hueco en lo alto del coro donde extender el saco, pero no se puede pensar en dormir, porque toda la noche es un pasar incesante de peregrinos. Veo las caras de bronce de los peregrinos iluminadas por las velas, surgiendo de las sombras. Algo me dice que no han venido hasta aquí sólo para orar ante unos cirios.