lunes, 2 de abril de 2012

Mompox, Colombia: crónica de una ciudad olvidada, 2

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Sin embargo, a finales del siglo XIX todo cambió en Mompox. Llegó el día en que el tráfico de barcos se desvió hacia el otro brazo del río Magdalena. De repente, no más riquezas, no más trasiego de mercancías entre la capital y la costa, no más visitas de comerciantes ni aventureros. No se construyeron más mansiones ni más iglesias.
Mompox quedó congelada bajo el sol y los vapores de esta tierra caliente, y hoy las calles siguen prácticamente intactas desde entonces.

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Se dice que cuando se rodó aquí Crónica de una muerte anunciada —la película basada en la novela de Gabriel García Márquez— apenas hubo que cambiar nada en la fisonomía de la ciudad. Y lo que hace más de un siglo fue considerado un desastre y supuso la ruina de muchas familias ha servido para preservar un patrimonio arquitectónico y cultural, lejos de las influencias exteriores. La Unesco lo ha reconocido así y le ha dado a Mompox el título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad.

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
En Mompox la vida sigue un curso lento, comparable al del Magdalena. En los mercados se compra y se vende, se comentan las noticias y se ve pasar la vida. En los talleres de orfebrería se trabaja de forma excelente la filigrana de oro, y sus artesanos quizá fueran la inspiración de los que fabricaban peces de oro en Macondo. Del fondo de algún patio tal vez lleguen los acordes de un piano, un recuerdo de una vieja tradición momposina. Lamentablemente, el jardín botánico parece entregado al olvido.

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Cuando se acaba la tarde los vecinos sacan sus mecedoras a la puerta de la casa y ven cómo llega la noche, que cae con suavidad, como la caricia de una mano extendida. Si es día de fin de semana o de fiesta, no faltará la música papayera ni el vallenato, que alegrarán la velada.
Y siempre habrá que asomarse al Magdalena. Cuando lo hacía, yo escudriñaba sus aguas por si veía pasar algún barco antiguo con una bandera amarilla que declarara que se había declarado el cólera a bordo, aunque en realidad fuera para que los amantes Fermina Daza y Florentino Ariza pudieran navegar el río y vivir su amor sin molestias.

Mompox, Colombia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
El Nueva Fidelidad, el barco de El amor en los tiempos del cólera, no apareció nunca, así que me contenté con recordar la historia de la novela. Y una noche oí una música que tronaba desde un transistor y surgía desde una ventana abierta: era La diosa coronada, uno de los vallenatos más hermosos. Y de repente entendí el epígrafe con el que GGM inicia esa novela: “En adelanto van esos lugares, ya tienen su diosa coronada”. Así que me apoyé contra una pared y sentí que era la música la que navegaba lentamente sobre las aguas del Magdalena, con una bandera amarilla, para impedir que nadie la detuviera en su viaje.

P.D. Inicié la serie de estas cuatro últimas entradas del blog con motivo del 85 aniversario del nacimiento de Gabriel García Márquez. Sin embargo, esta última entrada está especialmente dedicada a don Ernesto Luciano Dovale Patino, un caballero momposino a quien conocí fugazmente durante mi estancia en Mompox, y cuya imagen aparece en la entrada anterior. Ahora, tiempo después, gracias a los milagros de la red, escribir sobre esta ciudad me ha permitido contactar con sus parientes. El viaje cierra un círculo.

3 comentarios:

  1. Podría don Ernesto ser, en nuestra imaginación al menos, el doctor Juvenal Urbino leyendo el periódico y asomarse por detrás de su ventana una cacatúa.

    O bien, por lo que cuentas y por cómo lo cuentas, podría ser también aquel coronel que esperaba todos los días la carta que arreglase sus problemas económicos, pero que no tenía quien le escribiese.

    Y si Santiago Nasar recorrió esas calles en sus últimos días también podrían ser las de la hojarasca, vacías como están a primera hora de la mañana si no fuese por esos dulces con los que has empezado la historia.

    Maravilloso leer algo así escrito, y emocionante comprobar cómo, desde tanta distancia como permite la red, monposinos agradecen el cariño con que tratas a su pueblo.

    Un abrazo

    Manuel Bustabad

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  2. Manuel, tengo la sensación de que quiero conocer a más gente como don Ernesto.

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  3. Tengo la sensación de que quiero besarlo en la boca, con todo y sus letras, con todo y sus fotos... una delicia!

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