jueves, 21 de febrero de 2013

Orgullo y vergüenza en el pasillo de un avión

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--> Lo que ocurre en un determinado espacio, en este caso el pasillo del avión, puede dar para sentir emociones completamente contrapuestas.
Esto es lo que me pasó, y lo que sentí, en dos vuelos diferentes, hace ya muchos años. Etiqueta del post: “Batallitas del abuelo”.

Abril de 1994. Los últimos meses de la etapa de Felipe González fueron una de las cumbres de la corrupción política en España. Cada día aparecía una historia nueva (¿a qué me suena esto?) y uno de los caso más sonados fue el de Luis Roldán que, como director general de la Guardia Civil, cometió todo tipo de malversaciones, cohechos, estafas y fraudes fiscales, de esos que normalmente persigue la Guardia Civil. Fue investigado y descubierto. Esos días me encontraba justamente en el Caribe francés, donde casualmente se le había encontrado una pequeña propiedad. En Saint Barth intenté encontrar la finca que, decían, había adquirido gracias al dinero obtenido en sus turbios negocios. A la vuelta hice escala en París y allí tomé el vuelo a Madrid.

Me recuerdo caminando por el pasillo de vuelta a mi asiento cuando, sin querer pararme, eché un vistazo al periódico que estaba leyendo un pasajero. ¡Roldán se había fugado! ¡Había huido al extranjero! Pocas veces en mi vida había sentido una vergüenza semejante a causa de mis representantes políticos. Me dieron ganas de ir a hablar con el comandante y decirle que volviéramos a Francia.

Octubre de 1998. Pinochet se encontraba en Londres paseándose sin vergüenza por el mundo cuando el juez Baltasar Garzón emitió una orden internacional de detención contra él. Esa orden fue aceptada por el juez metropolitano de Londres, que procedió a su arresto domiciliario. Esos días me encontraba justamente en Chile, y al día siguiente del arresto volé desde Calama a Santiago. Viajaba con unos amigos y, en un avión prácticamente vacío, nuestra presencia era evidente.

Me recuerdo caminando por el pasillo de vuelta a mi asiento cuando otro pasajero se levantó del asiento y me cortó el paso.

—¿Son españoles? —me preguntó. Estaba clara la razón de esa pregunta pero no la reacción que tendría mi respuesta. Le dije que sí.

Entonces se acercó y me dio un fortísimo abrazo. Sólo dijo una palabra:

—Gracias.

Un rato después sirvieron la comida. En ese momento me giré y vi que ese hombre me estaba mirando y sujetaba su vaso de vino en la mano. Levanté el mío y brindamos con unas filas de distancia.


5 comentarios:

  1. Que grande ese abrazo! Me gustaría pensar que un día el abrazo lo vamos a dar nosotros porque nos han quitado a los crrruptos de encima porque visto lo visto los de aquí no van a poder hacer nada...

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  2. Esta batallita de abuelo aunq tenga de fondo la corrupción me ha emocionado por ese abrazo! Sincero y agradecido ¿Que mas se puede pedir?

    Espero seguir leyendo estas batallitas con final feliz siempre

    Saludos

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  3. Preciosa historia, Ángel... también recuerdo con añoranza el orgullo que sentí por ser española (y que conste que no soy nada pero que nacionalista) gracias a la actuación del juez Garzón en aquellos días. Que sea la gran víctima de los chorizos de la Gürtel y quienes les tapan las vergüenzas es demoledor e indecente.

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  4. Genial historia... espero que sigas publicando muchas "batallitas de avuelo" que a algunos nos alegran un día gris. :)

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