viernes, 22 de marzo de 2013

Vuelo nocturno a Buenos Aires con Saint-Exupéry

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El año pasado no pude resistirme y, para leer en un vuelo nocturno a Buenos Aires, me llevé Vuelo nocturno de Antoine de Saint-Exupéry.

El caso es que el vuelo fue uno de esas ocasiones especiales en las que al embarcar te cambian el billete y te dan un asiento en la clase business, por lo que te enfrentas a una travesía del Atlántico en unas condiciones especiales que te hacen vivir cada minuto. Una noche como no la hay casi nunca, como sólo la vivirás (con suerte) unas pocas veces en toda tu vida.  

Así que, después de cenar, cuando se apagan las luces de la cabina y casi todos los pasajeros se preparan para dormir —qué raro que pierdan una noche así—, te arrellanas en el asiento, enciendes la luz de lectura, pides una copa de algo y te engolfas en el libro, como un barco que se adentra en el océano y pierde de vista la orilla.

La verdad es que con toda estas comodidades este vuelo nocturno tiene poco que ver con el de la novela de Saint-Exupéry. Los protagonistas de sus páginas son los pilotos de la primera época —la heroica— de la aviación, esos tiempos en los que la epopeya debía tomarse con naturalidad para poder ser tolerada.



Y vuelas sobre el océano hacia Buenos Aires y lees las historias de los pilotos que llevaban el correo desde la Patagonia a Buenos Aires volando sobre estepas “más deshabitadas que el mar”. Historias en las que hay valor, pero sobre todo acción. Una acción que no conduce a ningún éxito definitivo, sólo a llegar con vida y con el correo a un aeropuerto, antes de enfrentarse a los mismos peligros pocas horas después.

En Vuelo nocturno hay una historia de esos tiempos que se ven muy lejanos cuando se te acerca una azafata y te pregunta si quieres algo más de tomar. Una historia de esos tiempos en los que los pilotos debían apretar con fuerza los mandos del aparato para poder controlarlos y volaban de noche casi como ciegos que caminan solos por el campo. Una historia en la que se piensa en la muerte sin mencionarla. Una historia de personajes que dicen palabrotas, que sienten la noche —“¡Que se pierda una noche así!”—, las estrellas y la tormenta. Una historia de personajes que, como decía el propio Saint-Exupéry en otro sitio, cruzan los brazos sobre sus camisas desabrochadas y respiran fuerte.

Bueno, también están las casas que se sobrevuelan y cuyas luces encendidas son como estrellas para los pilotos. También está Buenos Aires, y las mujeres de algunos pilotos, y las casas vacías de otros.

Eso sí, a medida que avanzaba en las páginas la acción se complicaba y la noche —en la novela– se hacía difícil de vencer.

Y por eso da mucho gusto llegar a la ciudad, de noche, pocas horas antes de que anochezca, para luego recorrer una Buenos Aires de calles vacías camino del hotel pensando que las luces de las farolas son como estrellas para cualquiera que vuele en ese momento sobre nuestras cabezas.



P.D. En realidad, no puedo recomendar (en general) que se lea esta novela en un avión. No voy a destripar el final, sólo puedo decir que en un momento la cosa se pone fea.


2 comentarios:

  1. Gracias a tu publicación tendré en cuenta no leerme ese libro nunca en un avión. Por lo que cuentas suena interesante para leerlo pero poniendo los dos piés firmes sobre la tierra.

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