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sábado, 19 de octubre de 2013

La vida es el arte del encuentro. 100 años de Vinícius de Moraes




Cuando te fijas en las letras de las canciones brasileñas más conocidas ves que Vinícius de Moraes es el autor de muchas de ellas. La MPB, la Música Popular Brasileña, habría sido otra cosa sin él. ¿Habría existido la bossa nova, la bossa sempre nova, sin él? Otra cosa.

lunes, 31 de enero de 2011

Calle Amazonas: un libro de viajes postmoderno


Hace unos días terminé de leer Calle Amazonas, el libro de Bernardo Gutiérrez que publica Altaïr en su colección Heterodoxos. He escrito el título del comentario: "Un libro de viajes postmoderno". Ahora toca explicarlo.

En esta narración se refleja el viaje, las vivencias del autor en un viaje de varias semanas por el tramo inferior del río más poderoso del planeta. Un destino atractivo pero poco original. La postmodernidad está, como debe ser, en cómo lo plantea.

Bernardo Gutiérrez nos hace el relato de sus peripecias, de sus aventuras más o menos vistosas, pero desde luego éstas no son más que el hilo conductor de lo verdaderamente importante: lo que encuentra y, sobre todo, lo que busca. Porque Bernardo va a la búsqueda de sus personajes, no se los encuentra al azar: un cacique indígena que vive con su familia bajo una lona a las afueras de Manaos, un productor de guaraná orgánica en un afluente del Amazonas, los descendientes de los esclavos negros huidos al fondo de la selva, los restos de las ciudades del caucho de Henry Ford, etc. En el camino asiste a un concierto de Roger Waters (Pink Floyd) en el Teatro Amazonas de Manaos, comparte horas y horas de barco con sus compañeros de travesía -con la música de Scorpions a todo volumen como sistema infalible para impedirle dormir- y se sorprende con la vida a orillas del río: una vida urbana, donde las redes sociales, los ordenadores y los atascos de coches en las calles forman el día a día de sus habitantes.

Así se empieza a perfilar ese carácter postmoderno del viaje. No se centra en lo preconcebido -la selva, los indígenas poco contactados, la pureza de la selva-, sino en lo que encuentra -consumismo, explotación, olvido, políticos corruptos, injusticias que se aceptan de tanta costumbre de vivir con ellas-. Da protagonismo a personajes que viven al margen de la corriente principal de la sociedad, luchadores más o menos desencantados que luchan -también más o menos- por incluir la dignidad entre los datos de su vida.

La propia actitud del viajero ya no es la de los grandes exploradores de otro tiempo. No pretende llegar al último confín de la selva después de una peligrosa expedición. Bernardo viaja en transporte público, se cansa, no es un héroe y lo reconoce.

Me gusta esta actitud de viajero al que le abruma y le conmueve -y le agota- el viaje y la realidad que encuentra. Al principio incluso parece que se avergüenza un poco de ello (no, yo viajaría en cubierta para compartir la vida de los viajeros pero debo proteger mi cámara y mi ordenador, parece que se justifica en su primer trayecto en barco) pero al final lo asume (cojo una cabina porque estoy agotado, no puedo con mi alma y necesito aislarme del mundo, reconoce abiertamente en el último).

Me parece postmoderno también en el sentido de que no refleja un viaje de forma lineal. De hecho su itinerario es una serie completa de desvíos de la corriente principal del Amazonas. Pero sobre todo porque enlaza con otros viajes realizados años antes por la Amazonia, como el encuentro con Pere Casaldàliga o el viaje acompañando a un grupo de policías en busca de haciendas en las que se esclaviza a los trabajadores. El conjunto es un fluido potente, casi amazónico. Muy irregular (hay capítulos mucho más interesantes que otros), pero así es la vida y así son los viajes.

Para mi, con diferencia, el mejor capítulo es en el que narra el viaje con los policías para liberar esclavos. Un capítulo genial que lo tiene todo: información importante poco conocida y una calidad literaria de primera. Si fuera así todo el libro estaríamos ante una bomba en la literatura de viajes. Ya es bastante con lo que es.

Para que estas líneas no parezcan una babosa recomendación sin sentido crítico vamos a buscar algunas pegas. Creo que el libro flaquea cuando el Bernardo literato quiere ponerse por encima del Bernardo periodista, cuando quiere hacer descripciones poco directas, cuando busca metáforas tan extrañas que resultan fallidas. Creo haber detectado también algún que otro fallo de edición, algo inusual en un producto Altaïr; nada que no pueda corregirse en las próximas y numerosas nuevas ediciones.

El pulso que transita por todo el conjunto es vibrante, y la mirada que ofrece sobre la realidad amazónica es fascinante. Su próximo libro será mejor todavía.

P.D. Bernardo y yo estuvimos hace unas semanas hablando en la radio sobre el Amazonas. Nuestra intervención empieza en el minuto 20.

sábado, 12 de junio de 2010

MUNDIALES POR EL MUNDO I: MÉXICO 1986


Después de pasar unos días en Cuzco había hecho un par de excursiones por los alrededores -a Colloriti y el Camino Inca a Machu Picchu-, y entonces volví a la antigua capital incaica. Una vez más regresé a mi restaurante favorito, pero ni el servicio ni la comida era tan buena como unos días antes. Se lo comenté al dueño, que parecía no estar de muy buen humor.

-No me hables. He despedido a todos los trabajadores. Desde que empezó el Mundial se pasan la tarde viendo partidos por la televisión, luego la noche bebiendo cerveza y comentando las jugadas, y por la mañana están durmiendo pasando la borrachera. Por la tarde vuelven a empezar. No puedo hacer nada. Esto es la ruina.

Días después volé a Puerto Maldonado. Estaba una tarde en el embarcadero haciendo una foto a un precioso barco de madera, de esos chatos y con una cabina en lo alto, de los que recorren estos afluentes del Amazonas, cuando se me acercó una persona.

-Bonito barco, ¿verdad? Seguro que te gustaría navegar con él por el Madre de Dios. Pues es mío, te invito, salimos mañana. Tardaremos dos días en llegar a Riberalta, desde donde podrás llegar a la frontera con Brasil.

Entonces no sabía que lo de “tardaremos dos días en llegar a Riberalta” era una figura retórica emparentada con la mentira. Pasamos diez días por estos ríos, afluentes de afluentes de afluentes de afluentes del Amazonas, que si recogiendo cargamentos de castaña de Brasil, que si comprando látex a los siringueiros, que si vendiendo pilas a los habitantes de la selva. Las pilas son artículo de lujo en la Amazonia, por lo que en el barco sólo se ponía la radio para seguir una radionovela. Nada de partidos. Cuando me enteré de lo de los cuatro goles de Butragueño a Dinamarca ya era un hecho legendario. Todo el mundo sabía donde había estado en ese momento, menos yo, que no me enteré de nada.

Al final llegué a Riberalta (ya en Bolivia), y de allí a Guayaramerín, en la frontera con Brasil. El puesto fronterizo estaba vacío, por lo que tuve que contratar a una moto-taxi para recorrer el pueblo en busca del oficial. Fuimos a su casa donde su mujer nos dijo que no sabía dónde estaba. Recorrimos los locales de alterne hasta dar con él. Le di mi pasaporte, el moto-taxista lo llevó al puesto a que me lo sellara y yo me quedé al cuidado de las chicas del bar. No hubo tiempo para nada porque a los pocos minutos estaba de vuelta ansioso de continuar su tarea pendiente.

Yo salté a una barca para cruzar el río Mamoré y llegué a Guajara-Merím, en Brasil. El policía no me quería dejar pasar, estaba de mal humor y le buscaba pegas a todo, pero tras contarle una bonita historia me puso el sello de entrada. Recuerdo que cené en un sitio que parecía un velatorio. Era mi primer viaje a Brasil y me pregunté si era éste el país de la alegría, de las ganas de vivir, de la sonrisa perpetua.

En el autobús nocturno a Porto Velho me enteré de que la víspera Brasil había sido eliminada por Francia del campeonato mundial de fútbol. Era un día de luto nacional.