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jueves, 9 de agosto de 2012

La increíble historia de las botellas de champán más antiguas del mundo

Mapa de las islas Aland donde se marca el punto donde naufragó la Goleta del Champán. Museo de Aland, Mariehamn. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
         La chincheta azul que está clavada en el mapa (abajo, en el centro) de la foto marca el lugar donde ocurrió todo.

         Éste es el comienzo de la historia:

         A mediados del siglo XIX, una goleta cargada de exquisitos productos comerciales inició uno más de sus viajes. No sabemos la fecha exacta del viaje, de qué puerto partió ni cuál era su destino. Sólo sabemos que naufragó en las frías aguas del golfo de Botnia, en el mar Báltico, al sur de las islas Aland.

         Y pasó el tiempo...

         En el verano de 2010, un grupo de submarinistas localizó un pecio. El sonar les indicaba que un barco estaba hundido a unos 50 metros de profundidad. Supongo que es la ilusión de los buceadores: descender y encontrar una goleta de dos mástiles, posada en el fondo del mar desde hace siglos.

         Y así lo hicieron. Nadaron alrededor del barco y vieron que todavía tenía intacta su cocina de ladrillo y muchos otros objetos desperdigados sobre la cubierta. La popa estaba destrozada y pudieron observar el interior.

         Allí estaba el cargamento: botellas de champán.

         Como no se conoce el nombre del barco, se le ha dado en llamar Champagnegaleasen, Champagne Schooner o Gölette aux Champagnes. Es decir, la Goleta del Champán.

Botellas de la Goleta del Champán en el Museo de Aland, Mariehamn. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
        Lo extraordinario del hallazgo es que buena parte de las botellas encontradas conservan el champán en perfectas condiciones gracias a los peculiaridades del lugar donde han reposado durante muchas décadas: la baja salinidad y temperatura del Báltico unidas a la oscuridad y la presión que existe a esa profundidad, todo se ha combinado para reproducir de manera natural las características de una bodega. Evidentemente, la buena calidad del champán también ha contribuido a su conservación. De las 162 botellas que fueron salvadas del barco 145 son de champán, y de ellas 79 botellas conservan perfectamente sus cualidades. El experto Richard Juhlin cató y escribió una nota describiendo las características de cada botella aprovechando el proceso de cambiarles el corcho para asegurar su contenido.
         La tarea de identificar y datar las botellas es una investigación en toda regla. Teniendo en cuenta que no hay documentación alguna sobre el barco y el cargamento, los investigadores han tenido que partir de las propias botellas.

         Lo primero fue identificar las bodegas de las que provenían. Ésta tarea no es la más difícil, ya que todas marcan los corchos desde hace mucho tiempo. Así se pudo averiguar que las botellas rescatadas provenían de tres casas diferentes: Juglar, Veuve Clicquot y Heidsieck & Co.

         La fecha es un poco más complicada de precisar.

         Afortunadamente, los archivos de Veuve Clicquot son una mina de información. Hay un documento de mayo de 1841 en que se registra el nuevo sistema de marca, que corresponde al que muestran las botellas de la Goleta. Es decir, que ese champán no fue embotellado antes de esa fecha.

         En algunas botellas había restos de cuerdas que sujetaban los corchos. Es decir, que las botellas son anteriores a la introducción de las mordazas de alambre, las que se usan todavía. Esta forma de sujeción se desarrolló en 1844 y estaba completamente extendida en 1850. 

         El que el champán sea de la quinta década del siglo XIX significa varias cosas:

         -es anterior a la filoxera

         -en el caso de Veuve Cliquot, ese champán fue embotellado por la misma señora viuda de Cliquot.

         -pueden ser las botellas de champán más antiguas que se conservan (depende del año exacto, que se desconoce).

         -beberlas es (supongo) tener una experiencia inigualable, extraña, irrepetible. Degustar un testimonio semejante de hace 170 años es algo excitante.

         Porque pueden comprarse y beberse. En el año 2011 se subastaron dos botellas, y este año salieron once a subasta en París.

         Una de las del 2011 se vendió por 30.000 euros.

         Los beneficios van a un fondo para la conservación de los fondos marinos de las islas Aland.

P.D. Como no se sabe la fecha exacta de las botellas y las posibilidades se mueven en una horquilla de unos pocos años, es posible que sean las más antiguas del mundo. O que no lo sean. Pero claro, no iba a permitir que la verdad me arruinara el titular.


viernes, 20 de julio de 2012

Un corto e intenso verano en las islas Aland, Finlandia

La isla de Henrik, en Islas Aland, Finlandia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
 Hace unas pocas semanas, a finales de junio, fui a Finlandia, a las islas Aland.

A finales de junio... justo en el comienzo del verano. Cuando los días son más largos y parece que nunca tendrán fin. Cuando está lo mejor del verano y todavía queda lo mejor de la primavera.
Me gusta el verano de los países nórdicos. Aunque sea muy corto: agosto ya es final de temporada y la tierra se prepara para los fríos que acechan.
Sí, en estos países el verano es corto y la naturaleza lo sabe. Por eso tiene que hacer, en muy poco tiempo, lo que en otras latitudes puede demorarse durante meses. Siempre que he ido en verano al norte de Europa he tenido la sensación de que la naturaleza bulle más que en otros lugares, que todo está concentrado. Las flores, los frutos, son cosas pequeñas, pero de colores y sabores intensos. El verano nórdico debe de pensar “hay que vivir deprisa, que esto se acaba pronto”.
Hay algo de pagano en la admiración por esta naturaleza, por esta vida que corre ajena al ser humano.
El otro día tomé un barco en Helsinki y viajé toda la noche hasta Mariehamn, la capital de las islas Aland. Desde allí continué por carretera hasta Hummelvik, en la isla de Vardö (con un tramo con el autobús dentro de un transbordador) donde salté a otro ferry rumbo a Enklingei.
En Enklinge conocí a Henrik, que dirige un pequeño alojamiento en una islita cercana. Me llevó a conocer Enklinge y luego, por la tarde, me propuso enseñarme la isla que se compró hace unos años.

La isla de Henrik, en Islas Aland, Finlandia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Fuimos a la isla. Es de esas que puedes dar la vuelta en 15 minutos caminando despacio. Así que caminamos un rato, pero fundamentalmente hablamos y contemplamos el horizonte. Quiero decir que habló él, contándome historias de su vida y de la vida en esta región. Yo callaba y escuchaba.
Como estábamos en verano, le pregunté por el invierno.
—Ah, me dijo, el invierno es completamente diferente. Algunas veces he venido conduciendo a la isla. Sí, con mi coche. El mar está helado y puedes venir perfectamente. Conducir por el mar helado en noches de luna llena es fantástico. Alguna vez te encuentras grietas entre las placas de hielo, pero si no son muy anchas puedes pasar.
Luego preparó un café de puchero y sacó una tarta de ruibarbo que había preparado su hija, una vikinga rubia más alta que yo. Y la tarta no era ni de pera ni de manzana, sino de ruibarbo. A mí el ruibarbo me suena a druidas, a pueblos antiguos, a marmita con pócima, a ritos paganos.

Tarta de ruibarbo de la hija de Henrik, en Islas Aland, Finlandia. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Sí, había algo de pagano en mi admiración por esta naturaleza, por esta vida que corre perfecta y saludablemente ajena a las ciudades y sus cosas.