viernes, 22 de julio de 2011

Machu Picchu, en busca de la ciudad perdida

Machu Picchu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Machu Picchu es la prueba de que las ilusiones se pueden hacer realidad. Que se puede perseguir lo que parece una quimera en el centro del desierto, en lo profundo de la selva o más allá de la última montaña y acabar por encontrarla. Durante siglos, desde la llegada de los españoles a Perú, los aventureros sedientos de oro han partido en busca de una fabulosa ciudad perdida en la selva. Alguno acabó por encontrarla.

Machu Picchu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Por eso viajar a Machu Picchu no es sólo realizar una visita turística a un centro arqueológico bien restaurado y de indudable valor cultural. Es sumergirse en la historia, en la aventura, en los sueños. Y plantearse alguna que otra incógnita.


Machu Picchu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
En esta ciudadela encaramada sobre los precipicios entre los que corre el Urubamba, rodeada de selva y de difícil acceso en el momento en que se construyó, uno podría esperar encontrar unas construcciones pequeñas y de poco refinamiento. Sin embargo, aquí se encuentran algunas de las estructuras de piedra más finamente talladas del mundo. El palacio de la Princesa, el Intihuatana, los templos -del Sol, de las Tres Ventanas, del Cóndor, el Principal-, son estructuras aparejadas por una mano maestra, por una civilización en el momento cumbre de su desarrollo. No puede ser, por tanto, una capital construida de prisa por un grupo que en ese momento se ocupaba de luchar contra el invasor. Además, presenta pocas estructuras habitables, lo que hace pensar que Machu Picchu nunca fue una ciudad en el sentido habitual de la palabra.

Machu Picchu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Sería, con toda probabilidad, un enclave real o un centro ceremonial. Un refugio en el que el Inca se recluiría en los fríos meses de invierno -entre junio y septiembre. No hay que olvidar que, desde Cuzco, no se sube a Machu Picchu, sino que se baja. Esta ciudadela se encuentra en la zona en que los Andes empiezan su vertiginoso descenso hacia la selva amazónica, así que, además de proporcionar un escape a los rigores del frío podría proporcionar cultivos casi tropicales muy deseables por la nobleza del Cuzco.

Machu Picchu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
Pero todo son enigmas, preguntas sin respuesta que entran en el magín de cualquiera que haya paseado entre sus muros intactos, que haya contemplado el conjunto desde la cima del Huayna Picchu -la cumbre puntiaguda que se eleva detrás de la ciudadela- o desde Intipunku, la Puerta del Sol por la que entran los que recorren a pie el Camino Inca.

Machu Picchu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
¿Cómo es posible que los conquistadores españoles no llegaran a sospechar nunca la existencia de este prodigio? Recordemos que fueron recibidos como libertadores por los habitantes y la nobleza de Cuzco, recientes perdedores de una guerra civil.

Machu Picchu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
La respuesta más convincente es que ni siquiera ellos supieran de su existencia, y el recuerdo de esta ciudad perdida -incluso de esta región perdida- hubiera sido borrado de la memoria oficial por cualquier razón. Quizá se hubiera rebelado contra el Inca y éste la hubiera despoblado y hecho olvidar por todos.

Machu Picchu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
No importa. Los misterios de Machu Picchu son los que permiten que sea continuamente redescubierta. Que sea el ejemplo supremo de un enigma que espera todavía al final del camino.

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