jueves, 4 de agosto de 2011

Ladakh, trekking con Himalayan Homestays

Ladakh. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Por fin llegó el momento de abandonar Leh, las carreteras y los grandes monasterios para emprender el camino de los valles estrechos, de los altos collados, de las aldeas aisladas. Con un guía me adentré en el Ladakh inmutable, al que nunca ha llegado ningún coche, el que pervive lejos del mundo. El primer día, después de muchas horas de ascenso siguiendo el curso de un río, a más de 4.000 metros de altitud, en una mínima planicie, llegamos a Yurutse. Es una casa solitaria en la que vive una familia gracias a un campo de cebada y un rebaño de cabras. Pasamos la noche con ellos, compartiendo su comida y varias tazas de gur gur en la amplia cocina que es el centro de la vida familiar. Un bebe dormía plácidamente junto al fuego.

Ladakh. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Durante cuatro días caminamos hasta Chilling alojándonos en granjas aisladas en las que las familias llevaban una vida austera, perfectamente adaptada al mundo natural que las rodeaba. Las casas ocupaban siempre los lugares que no son propicios para la agricultura, y son pequeñas fortalezas en las que es posible resistir los embates del frío y de un posible enemigo.
En los collados siempre había ristras de banderolas devocionales de cinco colores, que el viento movía permanentemente al tiempo que llevaba las oraciones escritas en ellas más allá de las montañas. Alguna vez nos cruzamos con pastores solitarios que guardaban rebaños de cabras, o con monjes que venían de cumplir con algún ritual en alguna lejana aldea.

Ladakh. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Siempre que pasábamos junto a una pared de mani o un chorten lo dejábamos a nuestra derecha, según la costumbre local. Los chortens son monumentos religiosos que señalan lugares sagrados o tumbas de hombres santos y sirven para espantar a los malos espíritus. El cuarto día cruzamos el río Zanskar en una cesta que se desliza por un cable tirado de orilla a orilla para llegar a Chilling, un pueblo en el que todavía hay herreros y forjadores que mantienen vivas antiguas tradiciones.

Ladakh. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

En Chiling nos esperaba un mulero y un cocinero con una recua de borricos para continuar la segunda parte de nuestro recorrido por una zona en la que no hay ni siquiera esas casas solitarias en las que nos habíamos alojado las noches anteriores. Al día siguiente subimos hasta el paso de Konzke La, de 4.900 metros, y continuamos el camino hacia Lamayuru, tal vez el monasterio más antiguo de Ladakh. Cuatro días más de camino entre la tierra y el cielo, entre campos de cebada y chortens, cruzando ríos y superando collados adornados con banderolas, recibiendo un cálido ¡yulé! al cruzarnos con un pastor, con un monje, con un agricultor. Durante todos esos días tuve la sensación de que muchos buscan el mítico Shangri-La en Ladakh porque aquí los hombres y las mujeres parecen vivir en orden con el mundo natural y con el sobrenatural.



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