jueves, 23 de septiembre de 2010

EN GLOBO SOBRE LOS CASTILLOS DEL VALLE DEL LOIRA


Este mes he pasado unos cuantos días en Francia. He seguido un par de rutas, y una de ellas ha sido por el valle del Loira. Es una zona bien conocida pero a la que siempre vale la pena volver.

Esta vez tuve ocasión de volar en globo en la zona, y de hacerlo con uno de los grandes expertos de la región, Toraine Montgolfiere. Me levanté antes de que amaneciera y fui hacia el punto de encuentro, a las afueras de Amboise. Una vez que nos hubimos reunido todos los participantes, el grupo fue en busca de un buen lugar para iniciar el vuelo. El día estaba un poco nublado, pero al final despegamos desde un paraje justo al lado de la pagoda de Chanteloupe, muy cerca de Amboise.

No era mi primera experiencia en globo, pero siempre resulta magnífico separarse del suelo sin ruido y vagar por el aire. Y resulta extraordinario cuando lo haces en un lugar como éste: pasas por encima de Clos Lucé, ves perfectamente el castillo de Amboise, cruzas el Loira -el único gran río salvaje de Europa- y disfrutas de un paisaje cultural que está declarado patrimonio mundial por la Unesco desde 2000. Desde el aire ves otros detalles que suelen pasar inadvertidos desde tierra, como el château de Mick Jagger o la fábrica de Viagra de Pfizer. Estos dos últimos puntos están verdaderamente próximos entre sí y yo no advertí ninguna relación de simbiosis entre ellos, pero mentes más ágiles que la mía sí la detectaron al instante.

Una de las cosas buenas de los globos es que, salvo los momentos en que encienden los calentadores, el resto del tiempo el vuelo es silencioso. Y lento. Todo transcurrió con normalidad absoluta hasta que ocurrió un detalle inesperado, en lo que nadie piensa y, desde luego, por lo que nadie paga un vuelo en globo: nos metimos dentro de una nube.

De repente, no había más castillos, ni río, ni pueblos, ni granjas, ni prados, ni sol, ni nada. Nos adentramos, flotando -nunca mejor dicho-, en la nada. Todos los que íbamos en el globo nos callamos. No había nada que señalar, nada a lo que hacer fotos, nada de qué admirarse, nada de lo que cotillear (Jagger, Viagra, etc.).

Fue fabuloso. Durante unos minutos volamos por un ambiente blanco y opaco, silencioso. Viajamos por la nada, sobre la nada, entre la nada.

En una película habríamos aparecido en algún lugar remoto del planeta, o en el reino de algún personaje fantástico. Pero se abrieron las nubes y aparecieron las casas, las carreteras, todo. Volvimos al mundo real. Aunque en este caso, el de los castillos del valle del Loira, que no está nada mal.

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