miércoles, 12 de enero de 2011

Borneo V: Con los orangutanes en la selva




Sin embargo, el viaje más memorable que se puede hacer en el sur de Borneo es el que lleva al Parque Nacional Tanjung Puting, tal vez el mejor lugar del mundo para observar a los orangutanes en su medio natural. Es uno de los pocos lugares protegidos de Borneo, y sus bosques tropicales y marismas se han convertido en un refugio para numerosas especies en peligro de extinción.

En los últimos años se ha hecho mucha publicidad de los trabajos de Jane Goodall con los chimpancés de Tanzania y de Dian Fossey con los gorilas de montaña de Ruanda y Congo. Ambas mujeres empezaron a trabajar impulsadas por Louis Leakey, un paleontólogo que dedicó su vida a buscar las claves del origen del ser humano. Pero lo que no es tan conocido es que también motivó a una tercera mujer a llevar un estudio semejante con los orangutanes de Borneo. Así Biruté Galdikas inició en Tanjung Puting, en 1971 un trabajo sobre los orangutanes que se ha convertido en el estudio más largo realizado jamás en la historia de la ciencia por un investigador importante sobre cualquier animal salvaje.

De estos tres grandes simios, los orangutanes son los más diferentes del ser humano, ya que sólo compartimos el 96% del ADN. Hay muchos aspectos en los que somos exactamente iguales: las crías son completamente dependientes de la madre durante un largo periodo de tiempo, en el que realiza un proceso de aprendizaje. Los orangutanes son una especie protegida pero existe un mercado negro en el que se pagan grandes cantidades por las crías, y la manera más sencilla que tienen los cazadores furtivos de conseguirlas es matando a la madre. Las crías, en el caso de ser recuperadas por las autoridades, necesitan aprender a vivir en el bosque. Este problema impulsó a Galdikas a crear en Tanjung Puting un centro de rehabilitación para reintroducir en el bosque a los orangutanes que han permanecido en cautividad. Una visita a este centro, en el que se protege a los huérfanos y en los que se ofrece también comida a los orangutanes que ya viven en el bosque, permite observar fácilmente al gran simio asiático.

Así que después de unas peripecias en avión y auto-stop llegué a Kumai, en el sur de Borneo, donde tienen contraté un klotok, uno de los barcos en los que se navega para llegar al parque y recorrer sus canales. En estos barcos también se come y se duerme durante toda la estancia en el parque. Primero hay que cruzar el río Kumai, ancho y poderoso, antes de adentrarse por el río Sekonyer en busca de los orangutanes. Éste es mucho más estrecho, y ahora se navega por sus aguas oscuras entre árboles altos.

A primeras horas de la mañana y a las últimas de la tarde se siente un bullicio en el bosque, aunque es difícil ver a los animales escondidos en las copas de los árboles. Sí se ven, en cambio, al martín pescador, a la cigüeña o al búcero de largo pico posados sobre ramas o volando sobre las aguas. En ocasiones se pueden ver las acrobacias de un grupo de monos narigudos -que sólo viven en las junglas de Borneo- o de ágiles gibones al saltar de árbol en árbol. Es fácil sentirse en un lugar especial.

En el parque hay varios lugares que se pueden visitar y en los que es muy fácil ver a los orangutanes. El primer contacto con uno de ellos es una experiencia inolvidable. Hay tanto de humano en ellos, en su mirada, en su comportamiento, en la manera en que una madre cuida a su cría, que es difícil no establecer un lazo afectivo con ellos. Los más jóvenes juegan entre ellos sin parar. Entre los orangutanes también hay adolescentes descarriados y bromistas, que no paran de hacer travesuras.

Dos veces al día los trabajadores del parque preparan la comida de los orangutanes. Hay una plataforma preparada al efecto en medio del bosque, y éste es el mejor momento para ver al mayor número de animales. Aquí acuden los huérfanos que han sido rescatados recientemente y todavía no saben buscar el alimento por si mismos, pero también otros orangutanes que viven en el bosque. La razón es que estos animales salvajes no encuentran suficiente alimento por sí mismos. Poco a poco ha ido disminuyendo su hábitat por las talas de árboles y la contaminación de los pueblos cercanos y los campamentos de buscadores de oro. No les queda más remedio que mendigar la comida.

Llegan al merendero las hembras jóvenes con sus crías y las viejas solitarias, los machos revoltosos que andan al acecho de alguna hembra receptiva, y todos comparten la fruta y la leche que han dejado los guardianes del parque. De repente, un ruido les avisa de la llegada del macho dominante, y se apartan discretamente para dejarle comer a sus anchas. Es realmente grande, un macho en la plenitud de su fuerza y vigor. Es el nuevo rey, que arrebató recientemente el territorio al anterior.

Una regla en las visitas a este parque nacional es que no se debe tocar a los orangutanes. Pero ¿qué ocurre si son ellos los que te cogen de la mano y te acompañan al caminar? ¿y si se abrazan a tus piernas? Los propios cuidadores reconocen que en ese caso es imposible luchar contra esa espontaneidad de los orangutanes y la alegría de los visitantes, que se enfrentan a una de las experiencias más memorables de su vida: el contacto con uno de los grandes simios en la selva tropical.

Además de observar orangutanes, este parque es un buen lugar para descubrir el bosque tropical, un mundo desconocido, con árboles que se defienden de los parásitos segregando una goma venenosa, hormigas de dos centímetros de largo, gibones que saltan frenéticamente de una rama a la otra y bandadas de mariposas de alas transparentes.

Por la tarde hay que volver al klotok y salir del parque para pasar la noche. Basta con amarrar en la orilla opuesta del río Sekonyer para cumplir con ese requisito. Es el momento de refrescarse con unos cubos de agua sacados desde la cubierta del barco ya que no es posible nadar en el río. Todos recuerdan que hace unos diez años un visitante que se bañaba en una poza murió al ser atacado por un cocodrilo. Cae la noche tropical, que se llena de luces, con las luciérnagas del bosque y las estrellas que se reflejan en el río. Se oyen los murmullos de la selva y, de vez en cuando, el rugido de un macho adulto de orangután que avisa al mundo de su presencia.

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