miércoles, 16 de marzo de 2011

Isla Decepción, Antártida


Isla Decepción. Foto. Ángel M. Bermejo (c)

 ¡Tierra a la vista!
Para cualquiera que no esté acostumbrado a navegar en alta mar, enfrentarse al pasaje de Drake es depositar toda la confianza posible, ciegamente, en el capitán. Y aunque estés acostumbrado, igual. Por eso hay un deseo claro de llegar al destino, a la Antártida.
Y de repente se oye una voz por el sistema de megafonía avisando de que pronto llegaremos al primer lugar de desembarco. El pulso se acelera y todos salimos a cubierta. Todos queremos ser los primeros en gritar ¡Tierra a la vista!, y así darnos cuenta de que ha terminado la travesía y hemos llegado al lugar de los sueños más locos.
Y allí está: isla Decepción.
La verdad es que hay que aceptar, en un primer momento, el nombre de la isla. Aquí no hay glaciares majestuosos ni montañas de hielo, sino unos precipicios de roca gris.
¡Pero qué momento! Isla Decepción es uno de los lugares más extraños que he podido conocer en mi vida, y eso se aprecia desde el momento en que la proa del MS Fram enfila hacia una brecha -de unos 150 metros de anchura- que se abre entre dos moles de roca.
En realidad estamos entrando en el cráter de un volcán que mantiene su actividad y, por tanto, una temperatura muy superior a la de otras islas cercanas. La forma peculiar de la isla, la de una rosquilla a la que alguien le ha dado un mordisco -y estamos entrando por el hueco del bocado-, la convirtió en un puerto perfecto que fue aprovechado por los balleneros que se adentraban en su interior tranquilo donde, además, disponían de agua caliente. Tal vez sintieran la decepción de no encontrar un tesoro enterrado, pero es que no se puede tener todo en la vida.
Desembarcamos y vagamos por la tierra del último continente. Aquí, dadas las peculiares condiciones creadas por la actividad volcánica, hay plantas que no hay en ningún otro lugar de la Antártida. También hay bastantes animales: pingüinos, focas...


Isla Decepción. Foto. Ángel M. Bermejo (c)

También están las instalaciones de los balleneros que durante un tiempo tuvieron aquí su base. No se puede tocar nada. Hasta la basura es basura histórica aquí. Pero no se puede generar basura moderna.



Isla Decepción. Foto. Ángel M. Bermejo (c)

Uno de los guías coge una pala y empieza a cavar en la playa. Hace una pequeña poza, que se llena del agua que surge del fondo de la capa de piedras. ¡Está caliente!
Y entonces es cuando puedo cumplir el sueño imposible de bañarme en las aguas del océano Antártico. Me quito la ropa (vengo preparado con el bañador puesto) y me encamino con decisión hacia el mar. Con mucha decisión. El agua está cerca del punto de congelación, o al menos eso parece.
Y me sumerjo entero.
Y cuando empiezo a notar que mi vida huye de mi cuerpo por los poros de mi piel (unos pocos segundos después de sumergirme) salgo corriendo, resoplando como nunca. No puedo más. Es insoportable.
Y siento el mayor placer del mundo cuando salto a la poza que antes han cavado en la playa y recupero poco a poco mis constantes vitales. La sangre vuelve a fluir por mis arterias. Recupero el calor. En el placer de volver a la vida entiendo lo que me dijeron en una ocasión, al navegar por las costas de Groenlandia entre icebergs en un barquito que era mucho más pequeño que el más pequeño de los témpanos de hielo. Me había dado cuenta de que nadie llevaba puesto el chaleco salvavidas. Para qué, me dijeron, si te caes al mar no da tiempo a que te saquen con vida, te mueres de frío antes.



Isla Decepción. Foto. Ángel M. Bermejo (c)

3 comentarios:

  1. ¡Qué maravilla! Lo que me gustaría ir allí y poder estar en soledad por lo menos una hora.

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  2. Genial artículo de un lugar tan poco transitado. Había leído sobre la existencia de pozas naturales de agua caliente en Decepción pero no había conocido la experiencia de alguien en primera persona. Muchas gracis por acercanos ahí por unos instantes.
    Un saludo!

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  3. Las aguas del océano Atlántico son el elixir de la naturaleza para la piel. Sus minerales y nutrientes revitalizan y calman, brindando una frescura marina que nutre y rejuvenece la piel.

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