sábado, 30 de abril de 2011

Real Madrid, Barça y Mourinho en Valparaíso

Si acaso el viajero, en una tarde de otoño, sintiera un ataque de melancolía en en una ciudad tan propicia a la melancolía como Valparaíso, siempre puede ahondar en el sentimiento: basta con acudir al puerto y buscar un bar de hombres solos y mujeres de triste alegría y así bañar en solitaria compañía su tristeza.
Pero también puede rebelarse y buscar la vida: acudir al mercado donde siempre hay mujeres que venden pescado, fruta, sal y café
Pero, ay mamita, lo malo del mercado de Valparaíso es que todos los puestos tienen un televisor, y si el viajero llega en el momento equivocado del día equivocado se enfrenta a males peores que la melancolía.
Las pesadillas, los fantasmas que creyó dejar arrinconados en casa se le aparecen de pronto en toda su monstruosidad: todos, absolutamente todos los puestos del mercado están conectados al Madrid-Barça de la primera vuelta de la semifinal de la Liga de Campeones.
Exagero: hay un puesto sin televisor, y es el que me interesa porque es el que vende especias y condimentos. Pero nadie atiende. Al rato aparece el dueño y le compro merkén y ajo molido. Tan pronto le pago desaparece de nuevo.
Lo encuentro unos metros más allá, y consigo que me haga estas declaraciones exclusivas: 


jueves, 28 de abril de 2011

Australia: Northern Territory, VII, una historia alucinante

Ubirr es uno de los centros de arte rupestre más conocidos de Kakadu. Además, ahí al lado hay un albergue, así que no lo dudé y alquilé una cama. Era un lugar sin lujos pero resultaba estupendo quedarse en la zona cuando todo el mundo se iba a sus confortables y lejanos alojamientos, dejando uno de los mejores museos de arte rupestre del mundo a disposición de tres o cuatro gatos.

En ese albergue había unos cuantos libros que se podían leer a voluntad. Una noche agarré uno y me puse a leer historias sobre los aborígenes.
Algunos conceptos ya están explicados en esta larga serie sobre Australia, así que abreviaré la historia:
Resulta que los antropólogos estudiaban la cultura aborigen del norte de Australia, y es bien sabido que los lugares de Ensueño se materializan en accidentes geográficos relevantes: peñascos, precipicios, rocas, lo que sea.
El problema estaba en que había unos aborígenes que describían lugares de Ensueño donde sólo está el mar.
Estaba claro que la larga tradición oral de cientos o miles de años había patinado en algún momento y se equivocaban, señalando la existencia de lugares de Ensueño donde no había nada.
Hasta que llegó un investigador y decidió creerlos. Y se fue a buscar una universidad en la que se investigaran los fondos marinos del norte de Australia. Buscó mapas del fondo de los mares, y lo que encontró fue realmente sorprendente.
Los lugares de Ensueño que describían los aborígenes desnudos de cultura prehistórica coincidían con lo que describían los mapas más modernos de los fondos marinos.
Lo que había sido cubierto por el océano al subir el nivel del mar tras el final de la última glaciación, lo que no había visto ningún ser vivo en los últimos miles de años, permanecía descrito mediante una tradición oral transmitida de padres a hijos: los valles, las montañas, por los que habían transitado los antecesores de los aborígenes australianos cuando pasaron de lo que ahora es Asia a lo que ahora es Australia y que hace 40.000 años estaban unidas, permanecía en la memoria.
Que nadie diga que los aborígenes australianos son un pueblo primitivo. Mantienen viva la tradición cultural más larga de la historia de la humanidad.

lunes, 25 de abril de 2011

Australia: Northern Territory, VI, más de las pinturas de Kakadu



Parque Nacional Kakadu. Foto. Ángel M. Bermejo (c)

Llegué a Kakadu y me enteré de que muchos de los conjuntos de pinturas son lugares tan sagrados que se mantienen en secreto. Sin embargo, lo que se da a conocer es suficiente para ser admirado como uno de los mayores tesoros de arte de la humanidad. Así lo entiende la Unesco, que considera que este parque nacional es uno de los pocos lugares del globo que es Patrimonio de la Humanidad tanto por su importancia natural como cultural. Una zona concreta en la que se explotan yacimientos de uranio no está incluida, lógicamente, en esta clasificación.

Lugares como las cataratas Jim Jim, de más de 200 metros de caída; los ríos y lagunas en los que se navega entre cocodrilos, aves y plantas acuáticas; los balcones de roca desde los que se divisan vastas extensiones de territorio intacto, con bosques, marismas intransitables y farallones que se vuelven levemente rosados cuando les acaricia el último rayo de sol, atraen a miles de visitantes. Pero no hay nada comparable con enclaves como Ubirr y Burrunguy, los dos grupos de pinturas más importantes que los balanda están autorizados a conocer.

Ambos son dos extraordinarios muestrarios de la evolución del arte rupestre y de los cambios que ha experimentado el paisaje de Kakadu a lo largo del tiempo, y los estudiosos distinguen tres periodos fundamentales: pre-estuarino —cuando el nivel del mar era mucho más bajo y la línea de costa tal vez estuviera unos 300 kilómetros más al Norte, más de 20.000 años atrás—; el estuarino —cuando gran parte de este territorio estaba cubierto por marismas tras la subida del mar, hace 8.000 años— y el post-estuarino —desde hace unos 1.000 años—. En cada época se distinguen distintas formas de representar a los animales, a los hombres y a los espíritus: desde manos —una imagen simple, poderosa y eterna— y dibujos naturalistas de animales —muchos de ellos extinguidos hace milenios— a escenas dinámicas y siluetas. Uno de los estilos más característicos es el llamado de rayos X, que muestra a las personas y los animales con el esqueleto y los órganos internos claramente trazados.
Hay que recorrer estos farallones que surgen de las marismas en busca de los abrigos que guardan las pinturas. A cada paso se descubren figuras de danzantes y cazadores, de peces, canguros y tortugas, de espíritus. En Burrunguy se encuentra Namargon, el “hombre-relámpago”, al que se representa con un rayo luminoso a su alrededor. De su cabeza, de sus codos y rodillas surgen unas hachas, que usará en la estación de las lluvias para golpear a las nubes y descargar relámpagos. Desde un mirador se divisa el acantilado de la Tierra de Arnhem. Una roca que sobresale es el Ensueño de Namargon, uno de los lugares más sagrados de Kakadu.

viernes, 22 de abril de 2011

Australia: Northern Territory, V, las pinturas de Kakadu



Lo realmente interesante de las pinturas rupestres del Parque Nacional de Kakadu no estriba en su belleza, sino en que recorren una extensa tradición cultural que se remonta muchos milenios atrás y llega hasta nuestros días. Así, en un mismo abrigo rocoso conviven las representaciones de animales, hombres o espíritus realizadas hace 25 y 25.000 años. Los gagadu afirman que las más antiguas no fueron dibujadas por humanos, sino por espíritus. Y desde entonces, el acto de pintar conecta a la persona con el Ensueño, es decir, con el comienzo de la vida y con su continuación en el futuro.

La palabra y la historia son fundamentales en una sociedad sin escritura. Así, desde hace milenios se sabe que, antes de que existiera el tiempo y el universo tuviera forma, Warramurrungunyi surgió del mar. Luego creó la Tierra, al hombre y le dio el lenguaje. Después llegaron otros creadores, como Marrawuti, el águila marina, que trajo los lirios y se lleva el alma de los muertos; o Ginga, el cocodrilo ancestral, que hizo las rocas; o Almuy, la “serpiente del arco iris”, que creó las colinas y las pozas profundas, y trae cada año la estación de las lluvias y la renovación de la vida.

Cuando terminaron su trabajo entraron en el paisaje, donde permanecen a la vista en algún punto destacado. Son "lugares del Ensueño", centros de energía a los que hay que acercarse con respeto.

Todos ellos, después de crear el mundo, encargaron al hombre la tarea de conservarlo. Y así, el Ensueño es la fuerza que mantiene al ser humano en armonía con el entorno. Por ello, a pesar de estar habitado desde hace miles de años, la mano del hombre no ha modificado Kakadu sustancialmente. Ni en lo físico ni en lo espiritual. Aquí se ha pintado a Almuy sin interrupción desde hace 10.000 años, lo que le convierte en el símbolo religioso continuamente reverenciado más antiguo del mundo.


miércoles, 20 de abril de 2011

Australia: Northern Territory, IV, Kakadu


Parque Nacional Kakadu. Foto: Ángel M. Bermejo (c)
En el extremo norte de Australia —cerca de la ciudad de Darwin y lejos del resto del mundo— se extiende una vasta región apenas poblada. Las aguas del golfo de Van Diemen dibujan con las mareas una costa de perfil cambiante, y el interior muda su aspecto según las estaciones. En temporada de lluvias las planicies bajas pueden quedar cubiertas por tres metros de agua. Cuando llegan los meses secos los ríos adelgazan y se pierden en las llanuras; algunos meandros quedan aislados, como lagunas de formas caprichosas en las que florecen los lirios.
Hacia el Este, un interminable precipicio de decenas de kilómetros y de más de cien metros de altura se pierde en la lejanía y forma la frontera con la Tierra de Arnhem, una región en la que los balanda —los hombres blancos, los no aborígenes— sólo pueden entrar después de conseguir un permiso. Al oeste del barranco se extiende el parque nacional de Kakadu.
Es difícil referirse a este parque sin usar los superlativos. Se conserva como uno de esos lugares de naturaleza intacta que son un mundo en sí mismos. En sus 17.000 kilómetros cuadrados —una extensión comparable a la de la provincia de Cuenca— se han registrado más de mil especies de plantas, 4.500 de insectos, 275 de aves, 75 de reptiles y 50 de mamíferos. Su paisaje cambia desde las mesetas rocosas —formadas hace 1.600 millones de años— a las marismas y llanuras inundadas, desde los bosques de eucaliptos a los manglares.
Para los gagadu, los habitantes tradicionales de este rincón prístino del planeta, esta clasificación con tantos números no tiene importancia ya que no hay diferencia entre las rocas, los árboles, los animales y el hombre, porque todo constituye una unidad en la propia naturaleza. No se sabe cuándo llegaron a las tierras de Kakadu —el nombre del parque es una deformación del suyo propio—, probablemente hace 2.000 generaciones. Desde entonces han mantenido intacto el lugar, adaptándose a él. De su paso quedan más de 5.000 enclaves con pinturas rupestres.
Si, como afirman muchos investigadores, algunas cuentan 35.000 años, Kakadu no sería sólo uno de los más grandes museos del mundo, sino también uno de los que tienen más historia.

martes, 19 de abril de 2011

Australia: Northern Territory, III


 
Kata Tjuta. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Hablamos siempre de Ayers Rock, a la que afortunadamente damos cada vez con más frecuencia el nombre original de Uluru, y decimos que es el monolito más grande del mundo (lo que probablemente no sea verdad, en la misma Australia hay otro que quizá sea mayor. Decimos que es una montaña sagrada (lo que tal vez sea verdad, o no, o a medias, o según).
En cualquier caso nos quedamos con una pequeña parte del conjunto. El parque nacional en el que se encuentra no se llama Uluru, sino Uluru-Kata Tjuta. Kata Tjuta es la otra mitad de la denominación del parque y nos recuerda que hay otro lugar tan importante o más que Uluru. Kata Tjuta es el conjunto rocoso conocido anteriormente como The Olgas, y está a pocos kilómetros de distancia. Pero como no es “el monolito más grande del mundo” ni tenemos otra forma de referirnos a él, pues le damos menos importancia.
Sin embargo, hasta donde he podido averiguar, es un lugar “más sagrado” para las etnias locales que Uluru.
Y puede que más apasionante de explorar.
Desde lejos es un conjunto de grandes peñascos, una afloración de formas convexas, pura redondez de roca roja sobre un fondo de arena roja y bajo un cielo azul.
Si Uluru es apasionante de explorar de cerca, porque surgen detalles a cada paso (pinturas, corrientes de agua -sí, corrientes de agua, pequeñísimos torrentes que se forman con las escasas lluvias-, manchas en las rocas, arbustos que crecen alimentados por no se sabe qué), Kata Tjuta es eso mismo multiplicado por mil.
De lejos parecen un conjunto compacto de rocas, pero es posible vagar entre ellas, por cañones cortados a pico. Es la imagen opuesta a la anterior, a la vista de lejos: formas cóncavas que parecen enmarcar el cielo.


Kata Tjuta. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

En Uluru siempre estás fuera. En Kata Tjuta también puedes estar dentro. Y todo cambia de forma drástica si el Sol ilumina desde el Este o desde el Oeste.
Un lugar en el que sumergirse en la naturaleza, en el mito, en los sueños. Mucho más interesante que Uluru. Tal vez por ello sea menos conocido y mucho menos visitado.

viernes, 15 de abril de 2011

Australia: Northern Territory, II



Uluru/Ayers Rock. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Cuando llegas a Ayers Rock, a Uluru, te dicen que la roca es una montaña sagrada y que preferirían que no subieras a la cima. Pero te dejan, y nunca sabes si es un ejercicio de tolerancia hacia los demás o una forma de hacer caja con lo que pagan los turistas.
No sé. Los anangu, la etnia local, son sus dueños tradicionales porque el hecho de que los aborígenes sean nómadas y carecieran históricamente de bienes materiales no significa que no se sientan propietarios de la tierra. De una forma diferente a la nuestra, pero sus dueños. Cuando los colonos ingleses los despojaron de sus territorios arruinaron en gran medida una cultura que se basaba en su relación con la tierra.
En lugar de subir a lo alto de la roca caminé con un guía anangu durante unas horas por la base de Uluru. Lo interesante es que, con la compañía adecuada, uno descubre que -aquí como en toda Australia- cada lugar refleja una historia, y su conocimiento permite adentrarse en un universo mítico insospechado. Para los aborígenes, la tierra se puede leer como un libro, y cada aspecto del paisaje es el reflejo del paso de seres fantásticos, los Grandes Ancestros.
Estos héroes nómadas vinieron del cielo, del mar o de las entrañas de la tierra y recorrieron el continente al tiempo que dejaban las huellas de su paso. Aunque continuaron su camino siguen presentes en los lugares que marcaron y nombraron, y de hecho dominan fenómenos como la lluvia o el viento y definen la fecundidad de la tierra y de las mujeres. También son los guardianes de la cultura, ya que instauraron las reglas sociales y los rituales. Y continúan guiando a los hombres en sus sueños.
Muchos de los idiomas aborígenes utilizan la palabra "sueño" para designar tanto a esos seres eternos como las narraciones de sus viajes y el espacio-tiempo en que esas acciones se desarrollaron. Es por eso que los ingleses llamaron Dreamtime, "Tiempo del Sueño", a todo lo que se relaciona con la mitología aborigen. El guía que me acompañaba en el recorrido por la base de Uluru y me describía las historias que estaban -para él- perfectamente a la vista en cada grieta, protuberancia o mancha de la roca, quiso destacar una cuestión esencial: no hay que definir el Tiempo del Sueño con el comienzo de las cosas, sino que se trata de una dimensión paralela a la que se llega a través del sueño. Tal vez sería mejor llamarla Ensoñación.

miércoles, 13 de abril de 2011

Australia: Northern Territory, I


Uluru, Ayers Rock. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


“SEXO
Bueno, y ahora que he captado su atención, que sepan que no se puede entrar en este local sin camisa”. Así rezaba el cartel (que captó mi atención) en la puerta de un bushtucker en Alice Springs. Era la primera vez que entraba en uno de ellos y no sabía lo que me esperaba, pero reaccioné pidiendo un filete de canguro y ámbar fluido (una cerveza). Un bushtucker es uno de esos restaurantes que pueden ser el sueño de un carnívoro que piensa que el pollo o el cordero lechal son productos casi vegetarianos. 
El dueño no parecía dispuesto a gastar mucho en la iluminación del local, los clientes mostraban predilección por las camisas de cuadros, los tatuajes y las espaldas anchísimas, y la carta era un muestrario de productos típicos de la zona: carne de canguro, dromedario, búfalo, emú y cocodrilo. Otro día preguntaría si el cocodrilo era de agua dulce o salada, pensando que la de estos sería más sabrosa. La música pasaba con toda naturalidad de los Bee Gees a Men at Work o a ACDC, y parecía un buen lugar para pasar el rato.
Acababa de bajarme del autobús después de 24 horas de viaje entre Adelaide y Alice Springs, y por fin me encontraba en el corazón del desierto rojo, el centro geográfico de Australia, en el Northern Territory. En el camino ya había encontrado algunas de las imágenes que iban formando poco a poco la imagen de este país tan inmenso como sorprendente. En Coober Pedy unos buscadores de ópalos que hablaban griego entre ellos celebraban una semana fructífera; al atardecer había visto un grupo de canguros brincando por la llanura; y en un momento el autobús se había detenido porque un grupo de vaqueros, a caballo y con el sombrero bien puesto, estaba llevando un rebaño inacabable de un lugar a otro del desierto y tenían cortada la carretera. Sydney, con su ópera, bares de moda y sus ejecutivos parecía un lugar realmente lejano.
Alice Springs es uno de esos mitos viajeros, como Tombuctú o Kashgar, siempre en mitad del desierto, en medio de las rutas que recorren el mundo. También en el centro del universo mítico de los aborígenes. Tras su pista viajé hasta Uluru, la montaña mágica que en realidad es una roca, el monolito más grande del mundo, del que sólo se ve una pequeñísima parte, como la punta de un iceberg.


lunes, 11 de abril de 2011

Riviera Maya VIII: Michel Peissel y El mundo perdido de los mayas



El mundo perdido de los mayas, de Michel Peissel, Ed. Juventud. Foto: Ángel M. Bermejo (c)

Hace ya más de un año dediqué una entrada de este blog a Michel Peissel, al que la Sociedad Geográfica Española acababa de dar un premio.
Ahora he vuelto a El mundo perdido de los mayas, el libro en el que Peissel describe su viaje por la inexplorada costa de Quintana Roo. Eso ocurrió en 1958, cuando el autor tenía 21 años y estudiaba en Harvard.
Sin ninguna información y muchos pájaros en la cabeza viajó a la costa de Yucatán, saltó a la isla Mujeres y después a Cozumel, para volver al continente en Puha. Desde allí inició un recorrido a pie por esta costa desconocida, en la que sólo había unos pocos poblados y algunas plantaciones de cocoteros. También había delincuentes que se refugiaban en esta zona de difícil acceso.
Leí ese libro en una edad muy mala, a los 17 años, y ya conté como en ese post cómo despertó en mí ese gusto por los viajes, las aventuras y los buenos libros que hablan de viajes y aventuras.
Y tengo que reconocer que, por eso mismo, nunca había dirigido mis pasos a ese litoral recorrido por Peissel y que ahora corresponde, en parte, con la Riviera Maya. Tenía idealizada esa costa extraña y solitaria, repleta de lugares arqueológicos mayas escondidos en la jungla. Hay que recordar que Peissel llegó a lugares que ya era conocidos entonces, como Tulum, pero que describió por primera vez 14 yacimientos arqueológicos. Esa idea, la de descubrir una ciudad o un templo perdido se convirtió en mi ideal de aventurero. Y como esta región es ahora una de las más turísticas de México -y de todo el continente americano- no quería llevarme una decepción: ver que la tierra inexplorada de antaño era ahora un centro vacacional lleno de hoteles todo incluido.
Pero la curiosidad, que según el refrán inglés mató al gato, también da vida al viajero, y el mes pasado surgió la oportunidad de viajar a la Riviera Maya y decidí que había llegado el momento de enfrentarme a mis sueños perdidos.
Efectivamente, es un lugar hiperturístico. Pero también un lugar en el que disfrutar y aprender. He contado en este blog algunas de las experiencias que he vivido. Algunas; quedan muchas más en el tintero.
La primera mañana que pasé ahí llegué a la playa que había delante del hotel y seguí paseando hacia el sur por esta costa que enseguida se convirtió en una zona de piedra caliza que prometía romper las piernas de cualquiera que caminara por ella. A la derecha todo era una maraña de vegetación tropical; a la izquierda brillaba el Caribe. Me imaginé al joven Peissel pasando exactamente por este mismo lugar en el capítulo que se llama “Abandonado en la costa inexplorada”.
Cada uno alcanza los límites que se impone. Y tal vez debamos conformarnos con los nuestros. Nunca descubriré un templo maya perdido en la jungla de Yucatán, pero el viaje a la Riviera Maya ha valido la pena por las numerosas sensaciones vividas.
P.D. Según el catálogo del I.S.B.N., la última edición de El mundo perdido de los mayas en España es de 1981. Una pena, porque es uno de los libros más fascinantes que he leído nunca.  

miércoles, 6 de abril de 2011

Riviera Maya VII: tras las huellas de Gonzalo Guerro


Monumento a Gonzalo Guerrero en Akumal. Foto: Ángel M. Bermejo (c)


Lo primero que habría que preguntarse es si alguien sabe quién fue Gonzalo Guerrero.
Apuesto lo que sea a que, con alguien así, los ingleses o los franceses tendrían a un personaje conocidísimo, admirado, con películas y novelas basadas en su historia. Aquí, tengo la impresión de que (casi) nadie sabe quién es.
Gonzalo Guerrero fue, en la primera parte de su vida, un hombre de su tiempo. Aunque los datos que se conocen sobre él tampoco son muy precisos, parece que era un onubense que vivió a fondo los acontecimientos de su época, finales del siglo XV y principios del XVI. Era natural de Palos de la Frontera, el puerto desde el que salió Colón hacia América en compañía de sus vecinos (de Guerrero) los hermanos Pinzón. Pero entonces, en 1492, estaba en otra historia, ya que participó en la conquista de Granada como arcabucero. Y ya que formaba parte de las tropas del Gran Capitán, lo siguió a Nápoles. Pero vio que su futuro estaba en América, adonde partió en 1510.
Su vida cambió en 1511, cuando el barco en el que viajaba, cerca de las costas de Jamaica, naufragó en medio de una tormenta. Parece ser que todos murieron, salvo unos veinte (resumo mucho la historia, que da para varios tomos). Por motivos diversos uno a uno de los supervivientes van muriendo y al final tenemos sólo a dos: Gonzalo Guerrero y fray Gerónimo de Aguilar, que acaban como esclavos de los mayas en la costa de Yucatán.
(¡Qué bueno resulta leer historias como ésta en el mismo lugar en que ocurrieron mientras te tomas un margarita o dos! El cóctel margarita es como un cesto, quien toma uno toma ciento. Otro, por favor).
He necesitado este descanso porque la historia se pone seria. Nuestros dos personajes sufren todo tipo de vicisitudes, y a ellas se enfrentan de formas diametralmente opuestas. Por una parte, Gerónimo de Aguilar no acepta la situación, permanece fiel a sus votos de castidad, de obediencia, de respeto al rey, a Dios y a todo y lo pasa francamente mal. Lo imagino permanentemente cabreado bajo el sol tropical. Gonzalo Guerrero piensa que lo mejor es vivir y se adapta, en la medida de lo posible, a su nueva vida.
Es posible que Guerrero fuera el primer europeo que viviera una aventura semejante, la de adentrarse en el mundo maya -en el mundo indígena americano- de la forma más vital y profunda posible.
Se volvió maya.
Años después, en 1518, cuando Cortés anduvo por aquí antes de emprender el camino de conquista hasta Tenochtitlan, llegó a la isla de Cozumel y oyó hablar de la historia de los dos compatriotas náufragos y les mandó un mensaje. Aquí difieren las fuentes (Diego de Landa y Bernal Díaz del Castillo), pero el caso es que Gerónimo de Aguilar se fue con Cortés -y de hecho fue el intérprete necesario en las aventuras de conquista de la capital azteca). Y Gonzalo Guerrero se quedó con los mayas.
Tuvo mujer e hijos. Se inició en todos los rituales mayas. Se convirtió en jefe militar y dirigió los combates contra los españoles. Años después murió en una batalla contra los que fueron sus compatriotas.
La foto corresponde a un monumento dedicado a él en Akumal. Una placa afirma que casó con una princesa maya y que fue el padre del mestizaje. La madre sería la princesa Xzazil.
Gonzalo Guerrero renunció a su primera vida por esta esposa. Ya no fue un hombre de su tiempo, fue un hombre fuera del tiempo .

viernes, 1 de abril de 2011

Riviera Maya VI: Tulum, la sevillana


Ay, Tulum, Tulum. Vídeo: Ángel M. Bermejo (c)

El recorrido de la expedición de Grijalva continuó a lo largo de la costa de Yucatán, por lo que ahora es la Riviera Maya. El relato de Juan Díaz sigue así: “... y al día siguiente, cerca de ponerse el sol, vimos muy lejos un pueblo o aldea tan grande, que la ciudad de Sevilla no podría parecer mayor ni mejor; y se veía en él una torre muy grande. Por la costa andaban muchos Indios con dos banderas que alzaban y bajaban, haciéndonos señal de que nos acercásemos; pero el capitán no quiso. Este día llegamos hasta una playa...” 
¡¡¡Un pueblo que “la ciudad de Sevilla no podría parecer mayor ni mejor”!!! Esto lo escribió un sevillano, así que debía de saber de que hablaba. O es que tenía nostalgia el hombre. ¿O es que era un poco exagerado? 
Ese lugar, sin duda, era Tulum. Y aunque ahora, dado su éxito turístico, parece más concurrido que la calle Sierpes a la caída de la tarde, se hace difícil entender tal comparación.
Ocurre algo parecido en casi todos los recintos arqueológicos del mundo. Los restos actuales no reflejan casi nunca la grandeza que debió de tener el lugar en sus momentos de esplendor
En el caso de las ciudades mayas se dan varias razones: las viviendas, almacenes, talleres y prácticamente cualquier construcción estaban hechas con barro, cañas y hojas de palma, de las que no quedan restos cinco siglos después. Los únicos edificios de piedra eran los templos y las residencias de los mandamases. Por otra parte éstos debían de tener un aspecto diferente al actual, ya que estaban pintados de colores brillantes, pintura que ha desaparecido con el paso de los tiempos. 
En Tulum quedan ahora unos pocos edificios de piedra y la muralla que la protegía por tres lados; el cuarto, era el precipicio que se asoma al mar. La palabra tulum, en maya, significa “muralla”. 
Al ver lo que queda de estos lugares y compararlos con lo que fueron, se hace difícil no recordar los versos del sevillano Rodrigo Caro en la Canción a las ruinas de Itálica
   “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
   campos de soledad, mustio collado,
   fueron un tiempo Itálica famosa.
   …
   Sólo quedan memorias funerales
   donde erraron ya sombras de alto ejemplo
   este llano fue plaza, allí fue templo;
   de todo apenas quedan las señales.

Algo así debieron de pensar John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood en 1844 cuando visitaron la ciudad cubierta por la selva.

Imagen de Tulum dibujada por Catherwood.

El emplazamiento de Tulum, en cualquier caso, es soberbio: el Castillo, la construcción principal, se asoma al borde del precipicio, y parece que va a echar a volar en cualquier momento sobre el Caribe, que tiene aquí ese color irreal. Las olas baten contra la base de piedra, y una playa de arena blanca a cada lado añaden el punto perfecto a una imagen de inmensa belleza. Una de las playas está abierta al público, y la otra está reservada a las tortugas.
P.D. Esta entrada no es una promoción de las letras sevillanas; ha sido casualidad.